martes, 25 de septiembre de 2012

Tarija me trajo mi infancia

Viajar por medio país antes de llegar a Tarija valió la pena, a pesar de la turbulencia que en cierto momento me asustó y que, bajo el cielo cruceño, desencadenó una tormenta que se llevó la vida de tres personas. Apenas a dos horas de distancia, el cielo tarijeño estaba azul, como esperándome. Tan azul que hasta logró que me reconciliara con el blog, abandonado hace tanto tiempo.
 


Es que Tarija me recordó a mi infancia, me trajo a mi Cochabamba querida, no la de Manfred, sino aquella, la sencillita, la que no tenía más pretensiones que ser la ciudad más acogedora de Bolivia. Y los recuerdos comenzaron en la Plaza Sucre, donde me encontré con aquellas semillitas amarillas, ésas que hicieron el papel de naranjas, de papas y de todo cuanto mi imaginación decidiera darles a mis muñecas Barbie con las que jugaba cuando era niña en la Llajta.

 Y el recuerdo sobrevivió poderoso, cuando ingresé al Mercado Central tarijeño. Allí sentí la presencia de doña Rina, mi querida abuela, con lo que Tarija terminó siendo un buen presentimiento.

El sentimiento creció en aquella plaza, la principal, en la que no te sientes sola y los periodistas te abordan, como aquí en la Plaza Murillo. Me sentí medio incómoda con la fama inmerecida, pero agradecida con la gente, que me reconocía en la calle porque me había visto en la televisión.

  

 Luego acudí al Gato Pardo, lugar recomendado por todos quienes acudieron a aconsejarme dónde comer rico de cara al sol.


 Pero ni las cámaras de los estudios de televisión me preocuparon tanto como este salón, el teatro de la Casa de la Cultura, donde tenía que dictar un taller para periodistas ciudadanos. Lo vi tan grande que pensé que la aventura iba a ser un fracaso, pero no contaba con la receptividad de los tarijeños, que acudieron y casi lo llenaron ávidos de participar, de informar, de conocer.

La frustración vino después, cuando acudí a la universidad Domingo Savio y justo al llegar se cortó la luz en el sector, impidiéndome conversar con la gente del Diplomado de Periodismo Ciudadano, con quienes me moría de ganas de compartir el contenido del taller. 


Y al final las ganas pudieron más, y en este lugar, llamado XoXo, terminé admirando el buen gusto y la alegría de Tarija, con James Dean, Marilyn, Los tres chiflados y Los Beatles rodeándome.


 Y en la Pizza Pazza tomé un exquisito vino y comí la mejor pizza de mi vida.

 Acompañada de la hospitalidad de Edith Paz Zamora, que de rato en rato me halagaba como al resto de los visitantes con deliciosos cocteles de todos los colores.







 Terminé convencida de que el periodismo es el oficio más bonito del mundo, porque te permite conocer a las ciudades desde adentro y asimilarlas como parte de tu vida para construir recuerdos como éstos, que algún día compartiré con mis hijos.
Gracias, Nils Puerta y Daniel Gonzáles, por ser tan buenos anfitriones.