lunes, 8 de octubre de 2012

Penita


Murió el fin de semana, de peritonitis. Todavía no entiendo cómo, a esta altura de la vida, alguien puede morir de peritonitis, pero así fue. La fatalidad se disfrazó en una receta médica de tres inyectables contra el dolor de estómago. El domingo, en su entierro, un perro lloró amargamente. Sólo entonces recordé que diariamente, Magda recogía algunas sobras de alimentos para dárselas a los canes callejeros que esperaban puntuales en su puerta. Ellos mandaron a un representante al Cementerio General para darle su último adiós y agradecimiento. "¡Ay! qué penita", me dijo Abril cuando le conté esta historia. ¡Ay! qué penita, repitió mi corazón adolorido. Paz, querida amiga.

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