viernes, 23 de noviembre de 2007

De cuando vi a dos hombres llorar

La Radio la Voz del Minero es una de las radios más antiguas de Bolivia. Acaba de cumplir, el 31 de octubre pasado, sesenta años.
Desde 1947 sus emisiones acompañaron a los mineros de Siglo XX y Llallagua. Junto al Sindicato de Trabajadores Mineros de Siglo XX, esta radio resistió todos los embates. Desde las masacres organizadas por Simón I. Patiño, para evitar la organización de los trabajadores, hasta los cruentos golpes militares que, una y otra vez, la destrozaron, destruyendo equipos y materiales. Mudo testigo de su historia es el edificio del Sindicato, una mole de cemento que, a pesar de los militares, continúa intacto en la Plaza del Minero de Siglo XX.
En este edificio todavía están, a la vista de todos, las huellas de los proyectiles con los que intentaron derrumbarlo y los múltiples disparos que horadaron su estructura, ahora rellenados con cemento.
Ni todas esas balas juntas hicieron con la radio y con el sindicato lo que hizo Víctor Paz Estenssoro con la relocalización y el decreto 21060. Ni todos los dictadores, unidos y menos por separado, habrían logrado lo que aquella nefasta medida hizo con los mineros.
Lo saben los dos Félix que viven en Siglo XX y que, coincidentemente, trabajan en las dos radios más importantes de este distrito minero.
“Habían unos camiones que se paraban en la plaza”, relata Félix Torrez, Director de Radio Pío XII y, enseguida, este hombre moreno, de negra y lacia cabellera, baja la vista. Con un profundo suspiro intenta disimular las lágrimas que ya corren por sus mejillas. Mira hacia atrás. Allí, en el horizonte está el monte desolado y se logra divisar Llallagua, el pueblo que ahora es municipio y que sustenta a Catavi y Siglo XX con los fondos de coparticipación popular. Félix Torrez vuelve a suspirar. Toma una bocanada de aire y aunque le cuesta respirar, continúa: "Esos camiones estaban allí para llevar a la ciudad a las familias mineras. Una por una, las hemos visto irse, con sus pocas cositas, con sus ollas y sus frazadas. Con los niños asustados, con los amigos que quedaban en el pueblo…"
El Director de la Radio La voz del Minero, Félix Terceros es, en apariencia, menos sensible. Él nos señala los huecos del edificio del sindicato. "Miren, esto hicieron los militares. ¿Mira allí, al centro, un hueco como desportillado? Eso fue lo más duro, pero resistimos. En 1966 vinieron los militares, al mando de Barrientos y muchos mineros tuvieron que irse clandestinos. Cuando el Che…" ¿El Che Guevara? le preguntamos. "Sí, sí, el Che. Cuando el Che vino a Bolivia, todos los mineros teníamos la orden de ir al médico con cualquier pretexto. Decíamos que nos duele cualquier cosa, con tal de que el médico nos dé remedios, calmantes y cosas para el estómago. Igual íbamos a la pulpería y sólo sacábamos sardinas, atún, enlatados. Todo se iba a la guerrilla", relata y su pecho se infla de orgullo. ¿Todos los mineros debían colaborar con la guerrilla? le preguntamos. "No, los que quisieran, o sea casi todos", dice y sonríe.
Después nos lleva a la radio. Allí hay un micrófono de los años cincuenta, todavía intacto. Poco queda del esplendor de la radio. Quizá sólo lo que a duras penas pudo ser salvado, no sólo de las garras militares, sino del abandono y la desolación en que quedó después de la relocalización de los mineros.
Miramos la biblioteca. Tres estantes repletos de libros, donde se encuentran a la vista libros que llevábamos empolvados en la memoria. La Tesis de Pulacayo, El capital de Marx, El imperialismo en Latinoamérica, toda la serie de aquellos libros anaranjados, de Marx, Trotsky y Lenín, se encuentran allá. Para mí es como reencontrarme con una parte de mi vida, con amigos entrañables.
La radio, sin embargo, se encuentra en casi total abandono. Sólo algunos equipos, comprados por este Quijote de la radiodifusión minera, permiten que siga funcionando. Los mineros de antaño son los rentistas de hoy y a muy pocos –en rigor de verdad, ni a los dirigentes y mucho menos al Estado, empeñado ahora en hacer una nueva red de radios- les interesa sostener esta radio, a pesar de toda su historia.
"Casi no festejamos nuestros sesenta años", relata Félix Terceros. A la radio no la apoya nadie. "Sólo la red Erbol nos hizo el favor de darnos un pequeño proyecto con el que estamos sobreviviendo. Unos diez muchachos trabajan aquí, conmigo. Cada uno gana cien bolivianos y, por suerte, ninguno puede decir que le debo un peso", asegura Félix.
Tiene unos veinte años más que el otro Félix, pero sigue igual de comprometido que el primero.
En realidad, sólo su cariño hacia la radio hace que se levante a las cinco de la mañana, todos los días, a encender el equipo. Sólo ese cariño hace que compre discos Mp3 para difundir algo de música. Sólo ese cariño hace que acceda a darnos una entrevista y abrirnos de par en par su radio y su corazón.
Nos lleva al ambiente donde está el transmisor. Allí encontramos un anaquel lleno de esos carretes antiguos, con viejas cintas grabadas. "Hemos logrado que un antiguo trabajador de la radio haga funcionar el equipo que reproducía estos carretes para saber qué había y el equipo funciona, pero las cintas tenían tanto polvo que no se escuchaban", relata.
Sólo ese amor incondicional por la comunicación y por la historia de la radio que está a su cargo desde hace algo más de diez años lo obligó a pasar dos años de su vida limpiando esos carretes, para saber qué habían grabado los operadores de la radio en los años gloriosos.
"Limpiamos cada carrete, cada uno, primero con alcohol, pero nos dijeron que podrían arruinarse y nos recomendaron hacerlo con aguita mineral. Eso hicimos, y ahora ya hemos podido escuchar qué hay aquí…mire, este carrete, por ejemplo, tiene algunos discursos de dirigentes…Este otro, mire, tiene poemas de Jorge Mancilla –Coco Manto, nuestro actual embajador en México- recitados por él mismo…Pero éste es el mejor, mire, todo el relato de la Marcha por la Vida…"
Sin duda, en aquel estante se encuentra una parte invalorable de nuestra historia.
"Pero Félix, esto hay que hacerlo digitalizar, no es posible que siga así. Deberíamos buscar alguna manera", le decimos. "Sí, pues, es importante, pero ¿quién podría estar interesado? A mi me da miedo que se lo lleven y no lo volvamos a ver más y si ustedes pudieran ver la forma de digitalizarlo, sería bueno pues, para los que vienen, para que esto sirva, para que entiendan lo que fueron las radios mineras. Por eso yo limpié los carretes, dos años me costó”. ¿Dos años? ¿Se pasó dos años de su vida limpiando estos carretes? "Sí, porque había que limpiarlos y no se podían envolver inmediatamente, las cintas se pegaban, así que había que esperar a que se sequen, un trabajito fue. Todo es difícil, Daniela, sostener a la radio es difícil y encima uno tiene que aguantar la ingratitud, que la gente hable mal de uno, que no reconozca…Yo sé que nadie es profeta en su tierra y si yo estuviera seguro de que hay gente dispuesta a seguir manteniendo la radio, a defenderla y evitar que se muera yo me voy, pero no es así”, lamenta Félix. ¿Y a usted quién le paga por mantener a la radio? "¿A mí? Já, nadie", responde y los setenta años que le calculo se derrumban ante mis pies. Félix agacha la cabeza y llora. Las luces y la cámara lo enfocan. Fernando, el camarógrafo, me mira con los ojos vidriosos. Acabamos la entrevista. Nos ganó la noche. El minero de la plaza sigue allí, con el puño izquierdo levantado. El camarógrafo y yo estamos en silencio. Vamos a sentarnos un ratito, a ver si se nos pasa el bajón. Yo lloro para adentro, callo, y me pregunto por qué mierda los bolivianos no valoramos lo poco que nos queda.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

A Abril:




Cuando me enteré que habías llegado a mi vida y estabas pululando en mi vientre, tu padre y yo nos preguntamos cómo íbamos a llamarte. No hubo mucho conflicto y decidimos complementar tu primer nombre con el de Abril.
Y entonces apareció Silvio Rodríguez, cantándonos una ya vieja canción a la que nunca le habíamos prestado atención. "Se está arrimando un día feliz, como hace un barco tras sus meses", nos decía Silvio y tu padre y yo aumentábamos el volumen.
"Se está acercando un día de abril, un día de abril se va a arrimar, a los finales de noviembre", continuaba la canción y nosotros sabíamos que nadie podría cantarte mejor que Silvio todo lo que sentíamos por ti.
"Yo enciendo leña en el hogar, que vio brillar la tempestad que guía el curso de estos meses. Se está arrimando un día de sol, un día de duendes en añejo", decía Silvio y yo te soñaba, siempre de espaldas, con el cabello negro y traje de bailarina. "Y a mí me escarba la ansiedad, me escarba hondo, acá, en lo blando, me escarba simple, de escarbar, como para que se hunda más, el día feliz que está llegando".
Y el día feliz llegó. Fue un 21 de noviembre, como hoy, hace ya nueve años. El tiempo de juguetes ya pasó. Eres prácticamente una señorita, que solicitó como regalo un MP4. Te miro y no lo creo, eres mi obra maestra, la que más me llena de orgullo. Por eso te cuido y te quiero y por eso hoy, que es tu cumpleaños, te reitero como siempre, que te amo.


Tu mamá.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Unitel o periodismo de verdad


Siglo XX nació como un campamento minero en los albores de 1900. Sus habitantes creen que su nombre tiene algo de vaticinio, pues su actividad duró exactamente eso, cien años, el siglo XX.
En 1959, un grupo de misioneros oblatos se apostó en el lugar e instaló una radio, la Radio Pío XII, preocupados, según el actual director de la emisora, Félix Torrez, por tres cosas: La ferviente actividad política, el mensaje ateo que predominaba en el discurso minero y el excesivo consumo de bebidas alcohólicas.
Reinaba entonces la efervescencia de la revolución de 1952. Los sindicatos mineros habían instalado radios mineras en casi todos los distritos y en todos ellos hacían no sólo comunicación, sino también formación política. En Siglo XX, la red de emisoras se expresaba en la radio La voz del minero. Dura competencia para los oblatos y su mensaje anticomunista y moralista.
La Revolución había nacionalizado las minas, pero no había cambiado las condiciones de vida de los mineros. Ellos seguían viviendo en cuartitos de cuatro por cuatro, sin servicios, recuerda Torrez. Los sucesivos gobiernos militares habían ensangrentado a los campamentos, exactamente igual que Patiño en 1942, con la Masacre de las Pampas de María Barzola, o la del propio Siglo XX en 1949.
La revolución había sido traicionada y el movimiento minero, a la cabeza de Juan Lechín o de Federico Escóbar, entre otros, demandaba que los recursos mineros beneficien realmente a Bolivia.
Esta dramática realidad afectó a los misioneros oblatos, que empezaron a acercarse a la población civil y también al sindicato.
Los pobladores entendieron que sólo podrían hacer algo si estaban unidos, mientras que los religiosos entendieron que la Biblia y sus sermones sólo serían realidad si adoptaban una opción por los pobres, y los pobres eran mineros e hijos de mineros. Los pobres estaban allí, frente a sus ojos.
Desde mediados de los 60 se produjo un acercamiento más estrecho con los pobladores.
La radio Pío XII se convirtió en su patrimonio, los padres oblatos se hicieron mineros desde los micrófonos y resistieron a Hugo Banzer. También apoyaron a las cuatro mujeres mineras que derrocaron al dictador, en 1977.
En 1980, asistieron a las barricadas de los mineros en Catavi y resistieron el golpe más sangriento de la historia de Bolivia, el de Luis García Meza. Promovieron que se hicieran ollas comunes. Ayudaron a pintar los letreros de "compañero soldado, no mates a tu hermano".
Desde entonces, la Radio Pío XII es parte de la historia minera de Bolivia. Desde entonces acompañó a los mineros en su trágica historia. Desde entonces, recibe diariamente en los púlpitos comunicacionales de su estudio a los pobladores y ayuda a difundir mensajes cotidianos, desde Te espero en Cochabamba hasta Te extraño mucho, pasando por Se cita a los compañeros a la reunión tal. Mensajes de amor, de familia, de amistad, de política.
Pío XII es parte del pueblo y Siglo XX lo sabe. Su opción por los pobres no es un saludo a la bandera, es una realidad. Una realidad que se vive diariamente, dando la voz a quienes no la tienen, informando la verdad, ayudando a las personas a hacer sus propuestas hacia la Asamblea Constituyente, orientando a las organizaciones en sus movilizaciones, reclamando, junto a los bolivianos, mejores días y mejor distribución de la riqueza.
"Los veo cansados, hermanos", dice María Morales, una de las mejores y más comprometidas locutoras que yo conocí. "A ver, saquénse el guardatojo, charlemos un ratito", invita.
"La Asamblea Constituyente está ingresando en una etapa crítica", agrega María e inmediatamente suena el teléfono de la radio. Es el constituyente Félix Vásquez, del MOP, una fuerza política que surgió en Norte Potosí. "No hemos perdido la esperanza, sabemos que tenemos una gran responsabilidad", dice el constituyente, notoriamente preocupado por el rumbo de la Constituyente. "Es necesario hablar de esto, si no comprendemos lo que sucede en nuestro país, menos podremos entender lo que sucede en la minería", dice María Morales.
En el estudio están tres dirigentes mineros. "Esperaremos a ver qué es lo que dicen nuestras organizaciones matrices. La Asamblea Constituyente tiene que salir, porque sino las organizaciones sociales vamos a ir hasta donde sea necesario. La Constituyente es producto de la lucha de los trabajadores. La democracia es fruto de esa misma lucha, por eso no está en riesgo", dice Germán Ledezma, dirigente de los Rentistas Mineros de Siglo XX.
"La capitalía es un pretexto, primero fueron los dos tercios, no lo olvidemos. En todo han fracasado, porque no renunciaremos. Son sus privilegios los que van a desaparecer", advierte el dirigente.
Siglo XX se prepara para una movilización. Al día siguiente de esta entrevista, una marcha saldrá por las calles en defensa del Bono Dignidad y de la Asamblea Constituyente. "Está hecha la invitación", dice María Morales y da paso a la música.
Una voz delgadita y melodiosa comienza a difundirse.
"No nos dejemos engañar,
Sabemos que es una trampa
De este maldito sistema,
Que regaló nuestro gas.
Levantemos nuestra voz
Campesinos y mineros
Venceremos
Las palliris y mineros
Luchando por la libertad"
,
dice la canción. La entrevista sigue. La radio unida a su pueblo. Eso es comunicación. No la parodia a la que nos acostumbró Unitel.

Nuestra Huanuni

Mi mamá es la penúltima de cinco hermanos. Se casó cuando apenas tenía 17 años y, un año después, yo llegaba a su vida, para mantenernos juntas el resto de nuestros días.
Durante la dictadura de Hugo Banzer, mi padre fue exiliado y murió en Venezuela el año 1974. Habiéndose casado tan joven, es lógico que al fallecer mi padre la dejara prácticamente sin nada.
Por esa razón, antes de cumplir 21 años, mi madre se encontró viuda y obligada a buscar trabajo. Obtuvo un puesto de maestra en una mina de La Paz, Coro Coro.
Yo fui a vivir un tiempo con mis abuelos, mientras ella se ambientaba a la mina de cobre. Al cumplir mis ocho años, me informó que me iba a vivir con ella, cosa que yo, en mi niñez, lamenté profundamente.
Odiaba Coro Coro y esperaba con ansias los días sábado para llegar otra vez a La Paz. No me gustaba el pueblo, sus calles, su calvario. Me aburría y sentía que nada tenía que hacer allí.
Me molestaba también ser la hija de la profesora y, por lo tanto, la guaripolera en todos los desfiles cívicos. No me gustaba la presión de tener que ser buena alumna. El estandarte me quedaba grande.
Sólo una cosa me sorprendía profundamente. Cada fin de mes, sin falta, veía a los mineros botados en las calles. “Están verdes de tanto tomar”, pensaba yo y no entendía por qué lo hacían. Hombres de todos los tamaños y colores, compartiendo una esquina cualquiera en la más absoluta inconciencia.
Cuando me tocaba cursar el primero intermedio, mi mamá decidió que era tiempo de volver a La Paz y Coro Coro quedó borrado de mi vida. Nunca más volví y su recuerdo es una calle empinada, montañas tristes y lejanas, alguno que otro compañero y nada más.
Después milité en el trotskismo y los mineros dejaron de asociarse en mi cabeza con la embriaguez. Los entendí y admiré. Los quise. Los comprendí como a la vanguardia revolucionaria, como los portadores de la liberación nacional, como aquel grupo humano que no tiene nada que perder, que no defiende nada de este sistema.
Mi comprensión, sin embargo, siempre fue urbana y, por lo tanto, no era más que una declaración. La vida me mostró otras cosas, otras experiencias.
Entendí a los indígenas, compartí con los campesinos. La pobreza del país laceró mis sentidos y los años pasaron aprendiendo, conociendo, viviendo, creciendo.
Hasta la pasada semana, en que entré al ingenio de Huanuni y miré, por primera vez, todo lo que implica esa terrible actividad.
“Hay que ser un poco loco para ser minero”, nos dijo nuestro guía y cuánta razón tenía. La mina no es otra cosa que una larga caverna en medio de la montaña. Todavía está prohibido, por lo menos en Huanuni, el ingreso de mujeres. Quizá sólo el ingreso de mujeres extrañas y quizá, también, porque la brutalidad de este trabajo es inadmisible para cualquier ser humano.
En su interior, los hombres pelean, cuerpo a cuerpo, con unas rocas húmedas y agresivas, por eso es tan importante la seguridad.
Cinco mil personas, de las cuales al menos dos mil ingresan a interior mina, tienen bajo sus espaldas, bajo sus pulmones, la responsabilidad de extraer la riqueza de Posokoni.
En una empresa establecida, como Huanuni, las condiciones son cien veces mejores que en las cooperativas, pero aún así la lucha diaria es atrozmente dura. Taladros, perforadoras y explosivos, eso es todo. Toneladas y toneladas de piedra salen de la mina en unos pequeños carritos que circulan en andenes. El mineral se separa luego con agua, un agua que es escasa en Huanuni.
Es un trayecto como de diez pisos en un edificio, cada piso con un procesamiento diferente del mineral. Molinos enormes, como puentes, se imponen entre uno y otro piso del ingenio. Cernidoras monumentales, operadas por gran cantidad de electricidad, separan la tierra del estaño. Después, un hilito plomizo, delgado, apenas perceptible entre el agua se constituye en todo el fruto del esfuerzo.
Ahí está. Lo miran los mineros, orgullosos de su obra. Lo mira el país, sorprendido por lo que todavía puede hacerse en Huanuni.
Setecientas toneladas de mineral salen de allí. Setecientas toneladas que ahora son nuestras y que benefician no sólo a los trabajadores, sino sobre todo al Estado boliviano, ese mismo Estado que, el año 2000 entregó, bajo la tutela de Gonzalo Sánchez de Lozada, nuestra mina a la transnacional Allied Deals, que poco después fue cerrada por quiebra fraudulenta. Ese mismo Estado que, en octubre de 2006, miró de la palestra cómo se enfrentaron cooperativistas y mineros asalariados. Ese mismo Estado que, aún hoy, se encuentra ausente en Huanuni.



Muchas cosas han cambiado en Huanuni

Muchas cosas han cambiado en Huanuni desde la última vez que fui, hace un poco más de un año.
Entonces había una atmósfera extraña en ese lugar. Una mezcla de dolor y rabia, de pena y luto, después de un enfrentamiento en el que el Estado tardó en intervenir, provocando la muerte de 16 personas.
En una crónica que publiqué en el Semanario La Época en octubre de 2006, comentaba entre otras cosas que la principal fuente de riqueza de Huanuni es el cerro Posokoni. Aunque atrás quedó el esplendor de la minería estatal, la riqueza de la montaña parece interminable, a pesar de que es cada vez más inaccesible. El mineral era disputado por mineros asalariados, dependientes todavía de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), y por mineros cooperativistas.
La disputa estalló violentamente entre el jueves 5 y el viernes 6 de octubre de 2006, cuando un enfrentamiento entre ambos bandos dejó una secuela de dolor que todavía no cura.
En cada grupo de gente reunida en las esquinas había alguien de riguroso luto, con los ojos hinchados todavía de tanto llorar. A cada paso crespones negros recordaban los hechos.
Hoy, después de algo más de un año, todavía está allí el hueco que dejó la explosión en cadena de las casetas que vendían refrescos, comidas y explosivos a los cooperativistas.
Aún están allí, sepultados, los restos de doña Teodora Ticona Calle que desapareció después de la explosión. Sólo encontraron retazos de su pollera y sus enaguas entre las calaminas retorcidas de las más de cien casetas de las que ahora no queda nada, sino escombros. Las dos cruces de la fotografía muestran aquel escenario.
Los cooperativistas se empeñaban en afirmar que se enfrentaron "padres contra hijos", pero, incólumes, los asalariados respondían que no era verdad y los vecinos, los pobladores de Huanuni, los respaldaban.
En realidad, para los huanuneños, los cooperativistas -salvo una reconocida minoría- son gente foránea.
"Sabíamos que querían intervenir la mina, amenazaban desde hace meses. Por eso dijimos que cualquier intento de toma debería encontrarnos en nuestras fuentes de trabajo y así ha sucedido. Nos sorprendieron, ese día –el 5 de octubre- después de su asamblea, han venido en dos volquetas directo al ingenio a botar cachorros de dinamita", agregó el dirigente en una de las entrevistas que yo realicé.
"Cuando ellos invadieron la mina, los asalariados los hicimos retroceder. Dinamita con dinamita, como es característico de los mineros, hemos retomado la mina. La zona de Dolores, donde estallaron las casetas, es la entrada de los cooperativistas. Eso era un polvorín, allí había explosivos, había de todo. Tres de los nuestros murieron allí cuando los cooperativistas lanzaron dinamita y eso estalló", contó hace un año Salustiano Zurita.
"El 80 por ciento de los cooperativistas son de Norte Potosí, de Llallagua, de otras partes. Vienen de Cochabamba, de Oruro, de La Paz. Hay extranjeros, peruanos, brasileños ¿por qué? Vienen buscando el dinero fácil. Nosotros ganamos 50 bolivianos al día y trabajamos los 30 días del mes. Ellos se entran a nuestros parajes, roban el fruto bueno, ‘descreman’ el mineral. Aquí hay un interés económico. Ellos son 'jucus', se roban el mineral, no podrían demostrar que hacen inversión. Los asalariados trabajamos aquí veinte o treinta años y seguimos pobres porque vivimos de nuestro sueldo y somos incapaces de robar. Ellos, son jovenzuelos, trabajan unos meses y ya se compran sus movilidades de lujo, sus vagonetas, tienen un dineral en la cartera", relató Zurita.
Por cada trabajador asalariado había cuatro cooperativistas. En mi presencia, Fermín Colque, entonces presidente administrativo de la cooperativa revisaba junto a un contador una hoja. "¿Tan poco es? ¿No te habrás equivocado?", le preguntó. "Es en dólares", le respondió su asesor. "Son seiscientos veintitrés mil dólares", agregó. "Igual es poco, hay que revisar", respondió Colque.
¿Cuánto gana un cooperativista si le va bien?, le pregunté. "Unos ocho mil bolivianos mensual. Si va regular gana unos cuatro mil y si va mal trabaja a pérdida", respondió Colque.
En Huanuni había un gran silencio, que incluso ahora permanece. Atrás quedó el enfrentamiento. El bullicio cooperativista ha cedido el paso a un orden asalariado impresionante. La empresa contrató 1.500 nuevos trabajadores, muchos de ellos ex cooperativistas. Ahora, Huanuni se recupera de las heridas y lo hace administrándose bajo responsabilidad de los trabajadores en cogestión con el Estado boliviano.
Los buenos precios del mineral todavía alientan la esperanza, una esperanza sólo turbada, a momentos, por el recuerdo.

A escribir se dijo


Tengo muchas cosas que contar. Huanuni, Siglo XX, Catavi, las radios mineras y, además, mi cumple. Es mucho y avanzaremos, poco a poco, de manera sostenida, porque lo que he vivido durante estos últimos días ha sido tanto y tan intenso que no quisiera que se perdiera en los estantes de una memoria empolvada.

martes, 13 de noviembre de 2007

Testamento

Hoy, que cumplo años, he decidido publicar mi testamento, para disponer todo lo mío y que se sepa cuáles son mis deseos póstumos.
A mis dos hijos les dejo mi Chapare, para que cuando muera esparzan allí mis cenizas y recuerden que, desde la primera vez, pisé ese suelo y lo besé, agradecida por haberlo conocido y fascinada como siempre por su belleza.
Quiero que recuerden que creí firmemente que la felicidad son pequeños momentos, que escuchen a Silvio al circular por sus carreteras, paren un momento, en un atardecer, para oír Pequeña serenata diurna y canten a toda voz:
Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad.También les dejo mi vocación, como una de mis más preciadas posesiones, para que sepan que su madre quiso, desde siempre, ser periodista. Que se mantuvo al margen de las veleidades de la televisión y la radio, para ir por el camino más difícil, que es el periodismo escrito. Quiero que recuerden que siempre concebí al periodismo como una labor de servicio y que detrás de cada entrevista siempre hubo la inquietud de encontrar a las personas, a los seres humanos.
Que nunca denigré a nadie aprovechando la pluma y que siempre busqué decir la verdad, mi verdad.
Que hubo en mí un verdadero compromiso con los indígenas y los campesinos de Bolivia y dediqué mi vida, mis horas de sueño y mi cuerpo a mostrar su testimonio, para que haya memoria.
Que levanté mi voz ante la injusticia y estuve dispuesta a hacer lo que fuera necesario por defender mis ideas.
Quiero que tengan el convencimiento de que nadie podrá decir que me corrompí. Y que sepan que detrás de cada huelga de hambre, de cada marcha y cada bloqueo, hubo un cuerpo débil, sostenido sólo por la convicción.
A Natalia le dejo todas mis fotografías, ésas, las de las plazas de todos los lugares que visité, para que sepa que por los caminos empolvados que recorrieron mis dos pies hubo dos ojos conmovidos mirando al país, porque sólo eso mantuvo en mí el orgullo de ser boliviana y de amar a Bolivia, con sus luces y sus sombras, son su enajenación y su recuperación, con su vida y sus múltiples agonías.
Le dejo todas las imágenes que se quedaron imborrables en mis retinas y también todas las fotos antiguas que enmarcaremos pronto.
Deberá heredar también todos mis diarios, los físicos y los electrónicos, porque fueron escritos para ella.
A Chalo le dejo las entrevistas memorables. La de la pequeña prestataria, que me dijo “yo no vine a matar, vine a morir”, cuando tomó, forrada de dinamita, la Superintendencia de Bancos, cansada de la usura financiera.
La de Tuto en su discurso vergonzante copiado de uno de Kennedy, con frases robadas y su honestidad puesta a prueba. Y las dos últimas, en las radios mineras, en las que rememoré la Marcha por la vida y la desolación de los campamentos mineros.
Le dejo también el reportaje de Huanuni, cuando la muerte enfrentó a dos hermanos de clase. Y febrero y octubre de 2003, con toda la crónica de muerte y la demanda de la madre de la enfermera Ana Colque, asesinada brutalmente durante los enfrentamientos.
Le dejo mis libros y mis videos, especialmente el de la V Marcha Indígena del año pasado.
A Miguel le dejo toda mi lucha y todas las lágrimas que derramé cuando viví en carne propia la traición. Es una retribución por haber estado ahí, firme, sosteniéndome cuando yo desfallecía. Le dejo mis sueños, ésos que compartimos diariamente. Y todas mis meditaciones, cada vez menos frecuentes. Y el anillo solitario, con la piedrita que refleja todos los rayos del sol.
A mi madre, le dejo mi profundo agradecimiento, por haber conseguido ser una excelente madre para una pésima hija. Y también una canción, Fogata de amor, en reconocimiento por su esfuerzo de convertirse en la pieza clave de este rompecabezas.
A mis compañeros indígenas, campesinos, cocaleros, mineros y trabajadores, les dejo mi gran admiración y dos semillas que sé que germinarán para continuar en la lucha.
A mis amigos les dejo toda mi música, para que me encuentren cuando quieran, donde quieran, en uno de esos cd’s. Y mis capuchinos, con horas de charlas y tertulias.
A Silvia, Jessica, Claudia M., Sandra, Aleida, Nino, Elba, Miguelito, Iván, Fernando –el de los monos-, Dalizta, a todos ellos, los vinos que nos tomamos y nos tomaremos, siempre tintos, siempre limpios, siempre gratos.
A Puky, Claudia M. –de Cochabamba- Kitty, César, al Sr. Andrés y la Sra. Martha, Sussy T –oh, Sussy T.-, nuestros momentos en el templo, el único lugar en el que somos nosotros mismos, sin caretas.
A Ronny y Marina y a Grover y Ana Rosa, mi amistad espiritual, ésa que trasciende todo porque es el testimonio de un pacto profundo y sincero.
A mi hermano y a Víctor Hugo, la memoria de mi padre; nuestro ejemplo, nuestro guía, el artífice de nuestro encuentro.
A Hugo y Sergio, el amor fraternal, aunque roto.
Finalmente, a todos mis maestros, a Carlos Quiroga, a Hugo Moldis, a Pedro Glasinovic, a Ramiro Ramírez, a Alfonso Velarde, a Ronald Carrasco, a Carlos Soria Galvarro, a todos ellos, mi reconocimiento, por haberme enseñado que en el mundo hay seres generosos, como ellos mismos.
Todo lo demás puede ser dispuesto como quieran. Entréguenlo a quien lo necesite, úsenlo si lo quieren. Cuando llegue el momento yo sólo me llevaré tres cosas: el anillo de la macuquina, un portarretratos con la foto de mis hijos y una versión de La chica de Ipanema. No necesito nada más para estar bien.
Felices treinta y nueve. Salud.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Carta de amor

Mi escudero es flaco como Don Quijote y ha decidido que su misión en la vida es acompañarme y llevarnos, a mí y a sus dos hijos, a donde nosotros queramos ir.
Mi escudero tiene la voz suave y un aura de ángel que todos le creen. Es un hombre de bien. Por eso lo escogí como compañero de viaje y lo volvería a hacer, después de estos diez años.
Mi escudero me mostró que además de las preocupaciones diarias hay cosas más importantes. Me hizo consecuente con mi camino. Me enseñó, con paciencia, que el amor es posible y existe.
Mi escudero tiene vocación de jardinero. Cuando mi vida había sido devastada por un temblor, él se encargó de plantar flores en cada esquina y de regarlas hasta que se conviertan en grandes matas que ahora alegran mi vida.
Mi escudero tiene los genes potentes y me ha dejado lo que yo más valoro en la vida: dos seres humanos pequeñitos, que hoy nos recompensan diariamente, aunque no lo merezcamos.
Mi escudero, es y siempre será, el hombre de mi vida.
Feliz cumpleaños, mi amor.

jueves, 8 de noviembre de 2007

En las entrañas de la montaña

Hoy cumplí un sueño que acariciaba desde hace muchos años. Ingresé a una mina de verdad, miré todo desde adentro, desde "interior mina". Hoy voy a dormir muy feliz en Siglo XX.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

Hoy vi a dos hombres llorar...

Y bastaría cualquier cosa para que yo suelte las lágrimas que tuve que contener durante las entrevistas. Radialistas extraordinarios, comprometidos, entregados a su pueblo, Siglo XX. Necesitaré todo un día para hacer la reseña de este viaje, pero tengo que hacerlo. Qué razón tiene Guillermo Lora cuando afirma que en Bolivia está ausente la gran novela minera, ésa que conocí hoy, la que nace en un pueblo llamado Siglo XX, porque su historia se comenzaba a escribir precisamente a principios del siglo pasado y que hoy, cien años después, se ha convertido en la materialización del despojo y se resiste a morir.
Lo prometido es deuda y pido paciencia a mis acreedores. A mi regreso, todo, cada minuto y cada imagen de esta experiencia.

martes, 6 de noviembre de 2007

En las minas

Nueve de la noche y exhausta. Rendida totalmente de cansancio y deseando comer algo para recuperar un poco de fuerzas. Admirada una vez más por la realidad que me golpea. Entré a la mina de Huanuni y no saben la maravillosa experiencia que significó entender todo el proceso de producción de minerales! Una vez más, gracias a la vida.
Un beso para mis dos hijos, que no me ven desde ayer temprano. Queda poco, queridos, para estar juntos de nuevo.
Pondré fotos y crónica del viaje pronto. Todavía falta Catavi y Siglo XX.