Muchas cosas han cambiado en Huanuni desde la última vez que fui, hace un poco más de un año.
Entonces había una atmósfera extraña en ese lugar. Una mezcla de dolor y rabia, de pena y luto, después de un enfrentamiento en el que el Estado tardó en intervenir, provocando la muerte de 16 personas.
En una crónica que publiqué en el Semanario La Época en octubre de 2006, comentaba entre otras cosas que la principal fuente de riqueza de Huanuni es el cerro Posokoni. Aunque atrás quedó el esplendor de la minería estatal, la riqueza de la montaña parece interminable, a pesar de que es cada vez más inaccesible. El mineral era disputado por mineros asalariados, dependientes todavía de la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL), y por mineros cooperativistas.
La disputa estalló violentamente entre el jueves 5 y el viernes 6 de octubre de 2006, cuando un enfrentamiento entre ambos bandos dejó una secuela de dolor que todavía no cura.
En cada grupo de gente reunida en las esquinas había alguien de riguroso luto, con los ojos hinchados todavía de tanto llorar. A cada paso crespones negros recordaban los hechos.
Hoy, después de algo más de un año, todavía está allí el hueco que dejó la explosión en cadena de las casetas que vendían refrescos, comidas y explosivos a los cooperativistas.
Aún están allí, sepultados, los restos de doña Teodora Ticona Calle que desapareció después de la explosión. Sólo encontraron retazos de su pollera y sus enaguas entre las calaminas retorcidas de las más de cien casetas de las que ahora no queda nada, sino escombros. Las dos cruces de la fotografía muestran aquel escenario.
Los cooperativistas se empeñaban en afirmar que se enfrentaron "padres contra hijos", pero, incólumes, los asalariados respondían que no era verdad y los vecinos, los pobladores de Huanuni, los respaldaban.
En realidad, para los huanuneños, los cooperativistas -salvo una reconocida minoría- son gente foránea.
"Sabíamos que querían intervenir la mina, amenazaban desde hace meses. Por eso dijimos que cualquier intento de toma debería encontrarnos en nuestras fuentes de trabajo y así ha sucedido. Nos sorprendieron, ese día –el 5 de octubre- después de su asamblea, han venido en dos volquetas directo al ingenio a botar cachorros de dinamita", agregó el dirigente en una de las entrevistas que yo realicé.
"Cuando ellos invadieron la mina, los asalariados los hicimos retroceder. Dinamita con dinamita, como es característico de los mineros, hemos retomado la mina. La zona de Dolores, donde estallaron las casetas, es la entrada de los cooperativistas. Eso era un polvorín, allí había explosivos, había de todo. Tres de los nuestros murieron allí cuando los cooperativistas lanzaron dinamita y eso estalló", contó hace un año Salustiano Zurita.
"El 80 por ciento de los cooperativistas son de Norte Potosí, de Llallagua, de otras partes. Vienen de Cochabamba, de Oruro, de La Paz. Hay extranjeros, peruanos, brasileños ¿por qué? Vienen buscando el dinero fácil. Nosotros ganamos 50 bolivianos al día y trabajamos los 30 días del mes. Ellos se entran a nuestros parajes, roban el fruto bueno, ‘descreman’ el mineral. Aquí hay un interés económico. Ellos son 'jucus', se roban el mineral, no podrían demostrar que hacen inversión. Los asalariados trabajamos aquí veinte o treinta años y seguimos pobres porque vivimos de nuestro sueldo y somos incapaces de robar. Ellos, son jovenzuelos, trabajan unos meses y ya se compran sus movilidades de lujo, sus vagonetas, tienen un dineral en la cartera", relató Zurita.
Por cada trabajador asalariado había cuatro cooperativistas. En mi presencia, Fermín Colque, entonces presidente administrativo de la cooperativa revisaba junto a un contador una hoja. "¿Tan poco es? ¿No te habrás equivocado?", le preguntó. "Es en dólares", le respondió su asesor. "Son seiscientos veintitrés mil dólares", agregó. "Igual es poco, hay que revisar", respondió Colque.
¿Cuánto gana un cooperativista si le va bien?, le pregunté. "Unos ocho mil bolivianos mensual. Si va regular gana unos cuatro mil y si va mal trabaja a pérdida", respondió Colque.
En Huanuni había un gran silencio, que incluso ahora permanece. Atrás quedó el enfrentamiento. El bullicio cooperativista ha cedido el paso a un orden asalariado impresionante. La empresa contrató 1.500 nuevos trabajadores, muchos de ellos ex cooperativistas. Ahora, Huanuni se recupera de las heridas y lo hace administrándose bajo responsabilidad de los trabajadores en cogestión con el Estado boliviano.
Los buenos precios del mineral todavía alientan la esperanza, una esperanza sólo turbada, a momentos, por el recuerdo.
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