jueves, 28 de febrero de 2008

Quiero

Quiero tomarme el resto de la tarde libre, ir a una terraza como ésta (ya sé, la de la Cinemateca!) y escribir todo lo que tengo pensado para el blog en mi nueva computadora, mientras me tomo un te de jazmín.
No sé de dónde salió el antojo. Lo único que sé es que eso es lo que quiero.
Y hay un mundo entre el querer y no poder. Merde.

miércoles, 27 de febrero de 2008

Múltiples caminos

Ya pasó la primera fecha, pero es posible que estén a tiempo para participar de las demás conferencias, así que paso el dato:
SEMINARIO
La naturaleza de la No Violencia
Miércoles 27 de febrero: GANDHI - Todos los hombres son hermanos.
Miércoles 5 de marzo: San Francisco de Asís.
Miércoles 12 de marzo: Martin Luther King.
Miércoles 19 de marzo: Madre Teresa de Calcuta.
Miércoles 26 de marzo: El Espíritu de la No Violencia.
De 19:00 a 21:00 horas. Ingreso libre.
Hastinapura
Av. Ecuador 1999, esq. J.J. Pérez.
Intentaré ir a algunas, quizá a la de la Madre Teresa. ¿Nos encontramos ahí?

El eco


Personalmente, no me gustan los regionalismos. Me considero una boliviana provincianamente cosmopolita.
Además de haber nacido en La Paz, he vivido una parte de mi infancia en Cochabamba y otra parte en un centro minero. También he vivido en Santa Cruz y a esa ciudad le debo mi familia. En todas partes, pues, me reconozco.
Debo admitir, sin embargo, que en estos tiempos de polarización, me he sentido más paceña que nunca. Y que he exagerado, incluso, algunas veces.
"Me fascina La Paz", me dijo el otro día el Escudero. "Generalmente no habla, pero cuando habla, tiene la última palabra", aseguró.
Yo no me había percatado de eso, pero siento que es cierto.
La Paz es como esa dama, siempre centrada, siempre discreta.
La madre amorosa, que se esfuerza por llevar el pan a sus hijos y les enseña el amor, en carne y hueso. Y también es esa mujer que piensa y siente tan profundamente que no habla por hablar, ni mucho menos.
Interviene cuando debe y es tan contundente, que después sobran las palabras.
Y ahora estoy sintiendo otra vez, las hormiguitas.
En esta ciudad se escucha, a lo lejos, el eco de octubre de 2003.
Las calles se han ido llenando de cientos de compañeros.
Vinieron de todas partes, como siempre, a levantarnos del adormecimiento.
Y estamos reaccionando, despacito.
Esta ciudad es testigo, otra vez, de nuestra fuerza.
Nos abre los brazos y, cómo no, los ojos.
El Illimani nos mira, impasible, como un padre confiado que sabe que sus hijos tomarán acertadas decisiones, cuando corresponda.
Empezamos a movernos, después del letargo.
Escucho a lo lejos el eco.
El eco de 2003 y nuestros muertos.
Se acerca.
Callemos.

martes, 26 de febrero de 2008

Tengo un vale

Ustedes deben pensar que soy una amargada, y tienen razón. Pero una cosa me diferencia del resto de las amargadas del planeta: Que apenas voy a cumplir cuarenta.
Y además, que mi amargura no le gana a todas aquellas cosas que me hacen muy feliz, como ésta, que vino en un mensaje del Escudero:

Tenía que decirlo, así, sin motivo, por pura y simple provocación.

A que son lindos, mis botones

Hoy es uno de esos días en que no entiendo nada y me parece estar despertando de un desprevenido sueño durante el cual pasaron cosas trascendentales de las que me entero sólo al despertar.
Tres botones de muestra:
Primer botón:
Abril le pregunta a su hermano:
- A ti te gustaba más La Paz como antes o como ahora?
Su hermano eleva los ojos al cielo, porque ya sabe por dónde viene la mano.
- Como antes, le responde.
- A mí también. Era mejor sin tantos problemas.
Yo estoy tomando mi sopa. Me hago la desentendida, porque también sé por dónde viene la mano. Pero no puedo evitar preguntarme: ¿Hemos visto bloqueos, marchas, manifestaciones? ¿La Paz es la ciudad mártir otra vez y yo no me he dado cuenta? Oye, pero son muchos menos que antes ¿no? Y sigo escuchando:
- Sí, dice su hermano, sin tantos problemas, como cuando Carlos Mesa era presidente.
Paso el bocado de un tranco. ¿Carlos Mesa? Me pregunto. ¿El mismo que nos decía que Bolivia era un país de limosneros y teníamos que aguantarnos todos los desplantes de las petroleras? ¿Carlos Mesa? ¿El que renunciaba cada mes, en una novela mexicana unipersonal? Perdón, ¿Carlos Mesa, el de la crisis de junio? Esteeee, muy tranquilos vivíamos ese tiempo. Y sigo escuchando:
- No pues, Chalo, yo no estoy hablando de Presidentes, estoy hablando de la ciudad.
Silencio general concertado.
Segundo botón:
La compañera de la imprenta y yo trabajamos toda la mañana diseñando la primera cartilla. Quedamos en encontrarnos a las tres para continuar el trabajo. Ambas sabemos que tenemos poco tiempo. Me dispongo a ir a la imprenta, cuando recibo una llamada en mi oficina. Es la secretaria de la imprenta, que me informa que la diseñadora no estará disponible hasta las cinco de la tarde. ¿Está ella?, pregunto y me la pasan al teléfono.
- Si Daniela, no puedes venir a la hora que quedamos porque tengo que terminar un afiche. Te espero a las seis y media.
- Oye, pero yo tengo que hacer otra cosa a esa hora.
- Entonces ni modo, veremos cuando trabajamos.
- Pero tenemos que sacar las cartillas, ése fue el compromiso de ustedes.
- Sí, yo sé, pero ahora tengo que sacar el afiche.
Silencio unilateral oportuno.
Y el último, que no es un botón precisamente, sino un gran moño rojo:
Recibo un mail que dice:
El video sobre la Constituyente tiene tal y tal defecto. Creo que deberían sacar la opinión de Carlos Mesa, porque es un desastre. Además, en vez de entrevistas a Xavier Albó deberían entrevistar a fulanito. Y la música cansa. Ah, y respecto a las autonomías indígenas, se debería poner unas entrevistas de alguna comunidad, donde la autonomía indígena sea una práctica.
- ¿Perdóóóóóóón? ¿Ya hay comunidades indígenas en Bolivia donde la autonomía sea una práctica? ¿Dónde quedan? ¿Para qué la Constituyente, entonces? Y la cosa sigue:
- Se podría visitar una comunidad amazónica, porque el tema amazónico está ausente del video.
Carcajada contenida intencionalmente.
Entonces yo respondo el mail y pregunto: Una consultita, ¿de quién son las opiniones que pusiste en el mail? Y otra cosita, ¿podré ver el video antes de opinar sobre estas opiniones?
Y me responden:
- Las opiniones son mías.
Y después de varias cosas, esto:
- Hay algunos baches que vamos a rellenar, vamos a hacer algunas entrevistas puntuales para escuchar cosas puntuales.
¿No se suponía que había un equipo coordinando las entrevistas? ¿Cómo es que ahora van a rellenar los baches y para eso van a hacer entrevistas puntuales para escuchar cosas puntuales? A esta altura, pienso seriamente que me debo haber perdido de algo. Que en algún momento mi mail se cortó y todos los correos fueron respondidos por mi otro yo.
Convencida de que se tomaron determinaciones y no fui informada, respondo:
- Qué bueno que vas a hacer las entrevistas. Pero es una lástima que la opinión de quienes hicimos el trabajo no sea importante.
Y me vuelven a responder:
- Sé que van a venir para pulir el video, pero no sé –creo que nadie sabe- entrevistas a quiénes, ni quiénes entrevistarían. Todo eso está muy verde todavía.
Y agregan:
- Las primeras críticas son las mías porque soy el único que por ahora vio el video.
Hubiéramos empezado por ahí, ¿no? Y hubiéramos sido informados los que tenemos que ser informados de que ya hay una versión del video disponible ¿no? Y hubiéramos esperado un tiempo prudencial para evaluarlo y compartir criterios y críticas.
Pero no, tenemos que empezar por el revés.
Necesito una de dos cosas: dormirme más a menudo o unas extendidas vacaciones, pero urgente.

lunes, 25 de febrero de 2008

Lunes, otra vez


Sé que no seré nada original, pero odio los lunes, como toda la gente racional.
Esta mañana, desperté temprano intentado avanzar. Pero a las siete y cuarto me percaté de que no, no iba a alcanzar.
Entonces esperé a llamar a mi trabajo y solicitar otro medio día de compensación. Me quedan dos, que seguramente perderé, pero ni modo.
Tomo mi compensación y entonces me pregunto qué hubiera hecho si iba a trabajar. En medio de los correteos, el perro escapa de la casa y se enfrasca en una riña callejera estilo comisaría de populoso barrio. Mis hijos gritan desesperados. Imagínense a un chapi blanco en medio de seis perros callejeros que le doblan en tamaño, en edad y en fuerza.
Intentamos que reciba menos de lo que merece y cuando al fin logramos que entre a la casa, cruzó en medio de mis piernas y me hizo caer, en las gradas, como un costal de papas.
Sólo recuerdo que intenté salvar mis lentes y que hice una contorsión a la izquierda.
Cuando me levanté, sentí un fuerte dolor en todo el costado izquierdo. Un dolor ya conocido.
Mi mamá y mi hija corrieron a ayudarme y me senté en la salita, a tranquilizarme.
Bertha, la nueva nana de mis hijos, también corrió a ayudarme. Empezó a trabajar hoy y no sabe dónde está nada, como es natural. Le pedí que traiga la plancha y resulta que no funciona, está quemada.
Entre eso y la comida, ha pasado ya toda la mañana.
El Escudero vino al medio día, y viendo lo pálida que estaba se ofreció a llevar a los chicos al colegio.
Por fin pude echarme un ratito, para tomar fuerzas para venir a trabajar. Y decido venir en buzo, porque no tenía ganas ni de tacos, ni de traje, ni de abrigo, ni de nada. Cuando estaba cambiándome, miro mi rodilla y está un poco hinchada. Y el dolor del costado no ha disminuido aún.
Ahora acaba la tarde, en medio de negociaciones con imprentas y dibujantes, lo único que quiero es recoger a mis hijos, tomar un rico tesito y echarme a dormir, a ver si el dolor pasa y, por fin, es martes.

viernes, 22 de febrero de 2008

Lo logré!


Después de cuatro días, batiendo récords de tiempo, poniendo mi mejor esfuerzo, con la esperanza de contribuir, aunque sea con una migajita; con el corazón. Así acabé las dos cartillas para mis compañeros guaraníes.
Como dice la gigantografía que nos costó tanto diseñar y que el año pasado derribó la moral de los cívicos cruceños y sus damas de alta sociedad. Como dice esa misma gigantografía que hoy flamea donde haga falta, aquí en La Paz, en Monteagudo, en Charagua o, de nuevo en Santa Cruz:
SIN DUEÑOS NI PATRONES,
BOLIVIA IYAMBAE

Lo que nos dejó el neoliberalismo

Catavi


No sé por qué razón, pero Catavi significaba para mí el epicentro de la actividad minera en Bolivia.
Aunque no lo conocía, cuando evocaba a este centro minero veía a decenas de gringos, con sus esposas y sus hijos rubiecitos, vestidos al estilo de los años ’30.
Me imaginaba a los hombres con zapatos brillantes, traje a rayas y sombrero, que de rato en rato levantaban para saludar a alguna señorita, dejando brillar al sol su cabello peinado a la gomina. Y a esas señoritas, correspondiendo el saludo con una sonrisa discreta y avanzando rápidamente con los guantes en la mano y medias nylon con raya al medio.
Quizá era ése el esplendor del que me hablaba siempre mi abuela, fanática de los tangos que la acompañaron hasta el último día de su vida. Su padre, mi bisabuelo Froilán Jaldín, era de esos caballeros y frecuentaba el club de golf, las canchas de tenis y el Club Social de Catavi.
Allí, según me contaba mi abuela, las fiestas eran un derroche de lujo. Allí iban los mejores grupos y hasta los presidentes.
Recuerdo algunas fotos de casas bonitas, llenas de flores, estilo California, que obviamente no combinaban con el agreste clima de Potosí. En ninguna de ellas asomaba siquiera un minero.
Cuando estuve allí, en noviembre de 2007, no había ni rastro de aquello que demandaban mis recuerdos.
Ni un solo restaurant en las pocas cuadras que abarca el pueblo.
Sólo una pequeña tiendita, que hacía las veces de pensión.
Dos plazas y más allá el Ingenio, unas viejas oficinas y las montañas de deslaves de la mina, de desechos que quedaron en Bolivia después de un siglo de expoliación minera.
Cuando mis ojos se toparon con el cartel de identificación del Club Social, me di cuenta de que, en realidad, la suntuosidad sólo estaba en mis recuerdos y no en la realidad. Era un letrero pequeño, como los de los salones del viejo oeste.
Hoy Catavi es un conjunto de ruinas. Casas abandonadas, destruidas por el tiempo. Aquellas viviendas de dos cuartos que antes cobijaron a los mineros, hoy no son más que paredes derruidas por el viento.
En lo que fueron las oficinas de la gran mina, hoy sólo se ve un portón resguardado por dos porteros, que tras que uno se asoma vienen corriendo a pedirte autorización. Es que no cualquiera puede ver el desastre que nos dejaron Goni y sus 40 ladrones.
Todos los vidrios rotos y, rodando al fondo del paisaje, una vieja lata que es el único ruido que hay en el pueblo.
Todavía quedan las canchas de tenis. Todavía se puede encontrar el campo de golf. Es más, incluso están allí, intactos, los baños termales de los que me hablaba mi abuela.
Pero nada de aquel esplendor.
Las casas llenas de flores de las fotografías hoy son un conjunto de antiguas edificaciones cayéndose a pedazos, como resistiéndose a morir.
Catavi es sólo eso, una sombra. La sombra de los 50 mil trabajadores mineros que antes trabajaban en el ingenio y de los que, después de la relocalización, quedaron apenas 150.
La sombra del distrito minero cosmopolita. La sombra de los fastuosos bailes. La sombra del Teatro Patiño.
Estoy segura que mi abuela, como yo, sintió el estremecimiento en el cuerpo al ver lo que yo vi. Que no daba crédito a la realidad, como yo, cuando nos mostraba las ruinas en que se convirtió su Catavi. Que si se lo contaran no lo hubiera creído, como yo.
Podría asegurarles que a mi abuela, Rina Jaldín, se le nubló la vista por mis ojos.

El blues de las 6 y 30


¿Qué es tener que redactar dos cartillas en cuatro días?
¿Un desatino?
¿Torpeza?
¿Explotación laboral?
¿Abuso?
Bueno, eso se decidió en enero, me dirán. Y yo me guardaré el putazo, otra vez.
Porque enero, enero parece mucho. Han pasado casi dos meses desde que comenzó enero. Y dos meses son más que suficientes para hacer dos cartillas ¿no?
Pero "mi" enero, es otra cosa, son apenas unos días. ¿Quieren saber por qué?
Porque esto se decidió el 24 de enero. Así que son 24 días menos que el enero del resto.
Y a esto hay que restarle el fin de semana, porque no estoy tan loca para trabajar también todos los fines de semana, no me pagan tanto. Entonces, en conclusión, mi enero termina teniendo sólo seis días.
Y entonces comienzo el recuento: el 25 de enero estuve de viaje todo el día, de Charagua a Santa Cruz y de Santa Cruz a La Paz ¿En qué momento podía redactar las cartillas?
Y el 28, 29, 30 y 31 de enero y 1 de febrero, tuve que terminar de diseñar la estrategia de comunicación. Porque ellos no quieren documentos preliminares, no. Tienen que ser documentos terminados, para que, durante las discusiones los deshagan por completo y haya que empezar de cero, o complementarlos, pero con tantas exigencias, que al final da lo mismo.
Y después vino Carnaval, entre el 2 y el 5 de febrero. El sábado tres, mis compañeros decidieron coordinar una reunión, así que ni feriado, ni día no laboral, ni nada. Durante la tarde, ch’allamos la oficina. No lo hicimos el viernes por la reunión, así que había que hacerlo el sábado. Así que otro día perdido para las cartillas y la estrategia.
Los días de Carnaval igual, dedicándoles algo de tiempo a mis hijos y a mis amigos, olvidados hace tantos meses, pero dedicando igual unas tres o cuatro horas diarias para terminar la divina estrategia.
El seis para darle los toques finales a la estrategia y claro, el 7 y el 8 de febrero, reunión nacional, para presentarla al equipo. Los comentarios y aportes, que significan volver a redactar el documento, deben estar concluidos hasta el 25 de febrero.
¿Y las cartillas? Durmiendo el sueño de los justos. Pero no lo olviden, tenía dos meses para hacerlas.
Entonces me rebelo, porque siempre es lo mismo. "Tenías semanas para hacerlo y no lo hiciste", me dijo mi jefe cuando le dije que me faltaba tiempo. Y yo me guardé el putazo, como siempre, para no generar problemas. Secretamente, sin embargo, me aseguré de que este año no me pasaría lo mismo y empecé el perverso recuento que ahora pongo aquí.
Secretamente, también, tomé la decisión de sacar una semana de vacación, porque me siento agotada. Y ni loca, pero ni loca, iba a trabajar durante mis vacaciones. Lo hice otras veces, esta vez no y es un no rotundo.
Durante mi ausencia, llaman de Santa Cruz para ver si ya terminé de hacer las complementaciones a la estrategia. El plazo era hasta el 25 de febrero, les recuerdo. Ah perdón, me responden.
Pero hay que hacer las cartillas, así que por ahí no llego al plazo. Nadie me responde. Es una forma solapada de decir ni modo, debes hacer las dos cosas al mismo tiempo.
Entonces, volvamos a las cartillas. El lunes en la mañana pido una parte de mis múltiples compensaciones, siempre disminuidas por la cantidad de trabajo. Es el primer día de clases y no hay poder humano que impida que acompañe a mis hijos, que los prepare, que los deje en su colegio y me disponga a venir a trabajar.
Hasta aquí, el enero real, mi enero, se redujo a cinco días. Y mi febrero a muchos menos. Entonces, entre el 19 y el 22 de febrero, tengo, en realidad, sólo cuatro días para hacer dos cartillas. El 23 y el 24 son fin de semana. Otro fin de semana que tendré que sacrificar en pro de la estrategia, porque claro, no debo olvidarlo, tuve tres semanas, mis legítimas vacaciones incluidas, para reformularla y concluirla hasta el 25 de febrero.

Entonces comienzo a cantar a voz en cuello el blues de las 6 y 30, de Memphis, La bluesera:
Los párpados me pesan
Mi boca se abre y bosteza,
Un millón de moscas vuelan en mi cabeza,
El blues de las 6 y 30 me desespera,
Sueña el despertador,
Me siento un esclavo

Me lavo la cara apurado, paro el colectivo
Me voy al trabajo forzado, siempre dormido.
Auhmmm

Qué feliz que soy, tan disciplinado,
Trabajo horario corrido,
Tengo el sueño cortado.
El blues de las 6 y 30 me desespera,
Sueña el despertador,
Me siento un esclavo

Mi amigo Fer leerá esto y seguro me dirá: "Te noto cansada" y reiremos los dos.
En fin. Si hasta las seis de la tarde termino la segunda cartilla me daré el premio de ir a ver una película a la Cinemateca.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Entre Barbie y el Monitoreo Socioambiental a petroleras



- Cada vez que termino de redactar una página para una cartilla, me doy una vuelta por los blogs, para evitar fatigar más mi mente y ahuyentar a la musa comunicadora que traduce los bodrios legales para que alguien, además de los abogados, los entiendan.
- En eso suena mi celular y me doy cuenta que son las cuatro en punto. Me imagino quién es y acierto. Es la princesa llamándome por su celular del colegio, para decirme que acaba de salir al recreo.
- Jejeje, pienso, si yo pudiera haber hecho eso cuando estaba en el colegio!
- Y vuelvo a la cartilla, que habla sobre monitoreo socioambiental para operaciones hidrocarburíferas.
- Pero la musa comunicadora ya se ha ido, cansada de mis dilaciones.
- Mientras espero a que vuelva -habrá ido a tomar algo, pienso- , sigo divagando acordándome de qué era lo que me gustaba hacer cuando tenía la edad de mi hija.
- Y una sola palabra se interpone entre el teclado, mi mente y el monitoreo socioambiental: Barbie.
- Barbie y los zapatos diminutos que me regaló mi tía Blanca. Eran como treinta pares, con plataformas y tacos alfiler. Mocasines y sandalias. Tacos altos y bajos. Negros, rosados - cómo no- y blancos. Rojos, verdes y hasta amarillos.
- Barbie y sus sostenes, que me enseñó a coser mi abuela. Tenía de todos los colores, porque el par insuperable de la muñequita lo ameritaban. Y sus calzones, que tenían que ser exactamente del mismo color y de la misma tela, porque si no, la muñequita no estaba cómoda, igual que yo desde que tuve necesidad de usar el complemento superior.
- Barbie y sus tres pelucas, que intercambiaba a mi gusto, cada día, para transformarla.
- Barbie y sus vestidos, pantalones y blusitas, muchas de ellas cosidas por mí. Todas en juego y combinadas.
- Barbie y sus calcetines, todos enrollados en pelotitas, que guardaba en una bolsita aparte, para que no se perdieran.
- Barbie y Mariela, mi mejor amiga de entonces, con quien he debido pasar las tardes más entretenidas de mi vida.
- Barbie y mi mundo mágico ahora invadido por una Barbie personal, que tiene por segundo nombre Abril y con quien intento volver a recordar todo, sin lograrlo por completo.
- Barbie y estas ganas locas de recoger a mi hija, llevármela de tiendas y comprar miles de telas para enseñarle a coser.
- Barbie y la promesa de que esta noche, sin importar lo cansada que esté, voy a jugar por lo menos un ratito a las Barbies con mi hija.
- Barbie y mi actual mundo, invadido por indígenas y campesinos que en marcha kilométrica poblaron todos los callejones de mi mente.

Y como todavía faltan dos horas para poder recoger a mi hija, me voy al café, a ver si encuentro a la musa comunicadora y la traigo para que sigamos con lo de la cartilla sobre operaciones hidrocarburíferas.
Está demás decir que las dos próximas horas de mi vida serán muy aburridas.

lunes, 18 de febrero de 2008

Charagua



Entre el 11 y el 15 de febrero me tomé una pequeña, mínima, semana de vacaciones para intentar recargar baterías sin mucho éxito.

Ahora a volver a las andadas, a las de siempre. Comencé mi año laboral viajando, no podía ser de otra manera. Y claro, a Charagua, a continuar el trabajo con mis compañeros guaraníes, que me volvieron a maravillar con su inteligencia.
Pronto comenzarán a crear sus comités de monitoreo socio ambiental, para que no pase lo de siempre, que aparecen las petroleras y hacen lo que quieren.
En realidad, las petroleras tampoco olvidan las andadas. Encontraron gas en el pozo Tacobo y a pesar de que existen reglamentos de consulta, nadie consultó a los guaraníes. Sólo se hizo una consulta pública que la empresa intenta hacer pasar como consulta, la de a de veras, la que tiene que hacerse con cada comunidad.
Ahora estamos estudiando, interiorizándonos de todo lo que concierne a las operaciones de la empresa. Volveremos en marzo, para difundir una vez más los reglamentos y capacitar a los jóvenes, a las mujeres y a los capitanes, para que no les vendan gato por liebre.

Pinta bien el panorama ¿no?

Glup, me volví a enamorar

Esto encontré en el blog de mi Escudero:


jueves 14 de febrero de 2008

Hacer el amor con vos,
Es saberte mía aunque no te vea,
Es esta certeza de habernos pertenecido en otros tiempos,
Y esta seguridad de que nos volveremos a pertenecer,
Es sonreír cada mañana feliz por haberte encontrado,
Es inundar mi corazón con el placer de saberme enamorado,
Con el honor de que me hayas distinguido para hacerme tuyo.
Hacer el amor con vos,
Es dejarte libre y disfrutar viéndote volar,
Es respirar hondo en una plaza y gozar de verdad
Sabiendo que estamos respirando el mismo aire,
en este mismo tiempo, en esta misma vida.
Hacer el amor con vos,
Es mirarte desde lejos y acariciarte con mi mirada,
aunque no me veás,
Es sentir que mi amor acompañará tus pasos hasta el último de tus días.
Es saber que nunca más estarás sola,
porque algo mío quedó en vos,
y algo tuyo quedó en mí.
Hacer el amor con vos,
Es no necesitar de los sentidos, del cuerpo, de la piel
Porque lo que yo amo en vos,
estaba en mí antes de que llegaras a mi vida
Y permanecerá en mí, aún después de que te hayas ido.
Hacer el amor con vos,
Es vivir cada día con el convencimiento
De que te quedarás en mí
Eternamente...
(Littleboba)
Como dice Mario Benedetti: Usted no sabe cómo valoro yo su sencillo coraje de quererme. Gracias!

La precioooooossssssa

El maratónico fin de año le ha traído a mi vida este regalito que, aunque no es de mi propiedad, se ha convertido en la consentida de la casa y me ha cambiado la personalidad.
Con ella soy exactamente igual a Gollum, del Señor de los anillos, con doble personalidad y todo.
No dejo que nadie ponga sus sucias manos sobre ella, aunque es un instrumento de trabajo que debo compartir. Mis hijos están prohibidos de acercarse a un radio de 20 metros a la redonda. Le he comprado un maletín carísimo, para que la cubra y la abrigue del frío. Todavía no la entiendo del todo, pero cada día me sorprende. Me siento exclusiva, hasta parece que soy alta, blanca y hablo ingléj.

Carraspeo la garganta cada vez que la saco del estuche. Despierto y me pongo a tocarla. Me estoy volviendo su esclava. La miro y la admiro embelesada. Es suave, clara, simple. Como a mí me gusta. Sin ambages ni ambigüedades, como es todo lo mío. Cuando la estoy usando y alguien se acerca, inmediatamente me vuelvo Gollum. Es míííííííía, es míííííííííííía, digo y le susurro al oído preciooooosssssa, precioooooosssssa.
Con ella concretaremos un proyecto hermoso: un semanario que pronto conocerá la luz. Sin mentiras, sin insultos, sin calumnias. Simple y llanamente periodismo.

Chalinet


Cuando mi hija tenía apenas cuatro meses de nacida, empecé a sentir una indescifrable incomodidad en el cuerpo. No sabía bien qué me pasaba, pero estaba segura de que algo raro había, así que fui a ver al entrañable doctor Schaiman de Santa Cruz. "Descartemos embarazo", me dijo y yo lo miré con los ojos extraviados. "¿Está usted loco?", le espeté. ¡Acabo de dar a luz!
Fui entonces al laboratorio y, entre broma y broma, le dije a la enfermera que un médico paranoico me había ordenado prueba de embarazo y nadie le pudo hacer entrar en razón, a pesar de que tenía una bebé de apenas cuatro meses y de que era prácticamente imposible que pudiera volver a embarazarme. Después de media hora, volví a recoger los resultados y el sólo mirar la cara de la enfermera me hizo dar cuenta de que la loca era yo. Sí, estaba embarazada.
Lloré los ocho meses restantes. Pensaba en mi hija, en que apenas la estaba conociendo y en lo duro que era criar a un bebé. No me imaginaba la vida con dos. Quería darle todo a la chiquitita. Tuve dos amenazas de aborto, una de ellas grave, con internación y todo. El doctor me consolaba. "No llores", me decía. "Verás que este niño será la alegría de tu vida".
¡Cuánta razón tenía el doctor Schaiman!
Apenas nació, Chalinet era un chiste. Colorado como un pimentón y con los cabellos parados al estilo punk. Ahora acaba de cumplir ocho años y el muy tarugo esperaba que yo le comprara "un canguro negro de rockero".
Amigo leal hasta el tuétano, es incapaz de acusar a sus compinches, aún si no es responsable de las travesuras. El año pasado me llamaron de su colegio para decirme que había cometido una falta muy grave. Cuando me enteré de lo que había hecho, casi me muero de risa: entró al baño de mujeres con su amigo Sebastián.
No cuenta nunca los secretos, por lo que es mi principal confidente. Le encanta el buen vivir y el buen comer. Fanático del spaguetti, se monta en su sillita y desde allí me observa cocinar. "Pónle estito", me dice y me alcanza algún condimento.
Aprendió a leer en kinder, sin que nadie le pusiera empeño. Ahora ya sabe multiplicar y dividir. Siempre va un paso más adelante que todos nosotros. Le encanta el Internet y el Play Station, podría vivir jugando, si no lo dosificáramos por su bien.
A pesar de que su tío Hugo murió cuando apenas tenía dos años, él todavía lo recuerda. El otro día, me pidió una foto suya para ponerla en su billetera.
Akitoy, un perro medio maleante, con vocación de pandillero, fue su primer amigo y a pesar de que el monstruo ése le mordió en la cara y fue exiliado de la casa por eso, lo sigue tomando en cuenta para todo. Habla con hermosa ternura con su actual mascota, al que llamó Kikongu, su fiel compañero de fechorías.
Apenas abre los ojos intercambia con su hermana el cupo diario de agresiones. "No me mires, me está pateando, mirá mamá, me saca la lengua, pero tú primero me hiciste gestos", son las primeras frases que escuchamos en la mesa del desayuno. Generalmente, la que patea primero es su hermana. Sin embargo, al llegar la noche, los dos se van chochos a dormir, felices, como si nada. ¿Con qué se soñarán, no?
Yo los miro maravillada y sé que a pesar de que hubo un tiempo de atención que deberé a mi hija de por vida, ella me agradecerá algún día haberle entregado un hermano, pero no uno cualquiera, sino un Chalinet. Yo también le agradezco a la vida el regalo de su presencia, todos los días.

La lección de Yaya

Tenía más o menos la misma edad que yo y no éramos grandes amigas, pero sí compañeras de curso en el colegio. Antes de salir bachilleres, ella se fue al Franco Boliviano. Sin embargo, recuerdo algunas cosas de cuando estábamos juntas: sus grandes ojos café y su lacio pelo negro. La última vez que la vi fue en una reunión de curso, de esas nostálgicas, en las que, además de tomar unos tragos, terminas llorando por los tiempos idos. Si la memoria no me falla, allí nos comentó que había ido a estudiar a Argentina y acababa de volver al país.
Después de esa reunión, creo que nunca más volví a encontrarme con mis compañeras de colegio, salvo alguno que otro encuentro ocasional con ellas y largas charlas con la que es la única de las amigas con las que tengo contacto.
Después me fui a Santa Cruz por cuatro años. Supe de una reunión a la que yo no fui y nada más, hasta el 30 de diciembre de 2007.
Ese día, víspera del último día del año, mi mamá me preguntó si tenía una compañera que se llamaba Gabriela Oviedo. Le respondí que sí y mi mamá me entregó el periódico. Decenas de necrológicos. Sólo uno de ellos me convenció de lo que me parecía imposible: Adiós Yayita, decía.
Mi compañera, de menos de cuarenta años, había muerto de cáncer mamario.
No me animaba a ir al velorio, pero sabiendo cómo somos de ingratas las de mi promoción, me decidí, pensando que quizá nadie más iría. Encontré a cinco, todas conmovidas porque una experiencia tan trágica fuera lo que nos juntara.
Encontré amigas que no había visto desde hace veinte años y las vi a todas igualitas. Nos prometimos reencontrarnos el 18 de enero.
En el nuevo encuentro, para nuestra sorpresa, estábamos reunidas aproximadamente quince de las 47 que había en listas, y comenzamos a preguntarnos qué habrá sido de la vida de las que faltaban. Como era más productivo saber qué había sido de la vida de las que estábamos allí, empezamos a contarnos lo que hicimos desde que salimos del colegio.
Una buena parte relató que se había casado. La mayoría teníamos entre dos y tres hijos, salvo una, la más capa, que tenía cuatro. La mayor parte, también, había logrado acabar la universidad. Teníamos en común que nuestros maridos “eran buenos”, pero además que muchas trabajábamos, de alguna u otra manera, haciendo servicio. Aunque todas estábamos relativamente felices, había sombras, como en todo.
- Una había abandonado su casa apenas una semana después de salir del colegio, y tuvo que vérselas sola desde sus 17 años, a pesar de que era huérfana de madre desde primero o segundo intermedio.
- Otra había perdido a su hermana menor el 1 de enero de 2008, de una extraña enfermedad. Mi compañera de curso iba a hacerse cargo de las dos hijas que había dejado.
- Mi mejor amiga, ésa con la que digo que tuvimos largas charlas, también había perdido a su hermano, y yo ni siquiera me había enterado.
- Una había quedado inválida después de dar a luz y ahora estaba en plena recuperación.
- Y, finalmente, una de mis compañeras, hija única, como yo, había perdido de sopetón a su madre y un tiempo después a su esposo.
Y ahí estaba la gran lección de Yaya. La Dra. Gabriela Oviedo Carrasco de Laredo nos decía, desde donde está, que sin importar si nos fue bien o mal e independientemente de que nos sintamos tristes, felices o anodinas, una sola cosa era evidente: No estábamos solas.