lunes, 18 de febrero de 2008

Chalinet


Cuando mi hija tenía apenas cuatro meses de nacida, empecé a sentir una indescifrable incomodidad en el cuerpo. No sabía bien qué me pasaba, pero estaba segura de que algo raro había, así que fui a ver al entrañable doctor Schaiman de Santa Cruz. "Descartemos embarazo", me dijo y yo lo miré con los ojos extraviados. "¿Está usted loco?", le espeté. ¡Acabo de dar a luz!
Fui entonces al laboratorio y, entre broma y broma, le dije a la enfermera que un médico paranoico me había ordenado prueba de embarazo y nadie le pudo hacer entrar en razón, a pesar de que tenía una bebé de apenas cuatro meses y de que era prácticamente imposible que pudiera volver a embarazarme. Después de media hora, volví a recoger los resultados y el sólo mirar la cara de la enfermera me hizo dar cuenta de que la loca era yo. Sí, estaba embarazada.
Lloré los ocho meses restantes. Pensaba en mi hija, en que apenas la estaba conociendo y en lo duro que era criar a un bebé. No me imaginaba la vida con dos. Quería darle todo a la chiquitita. Tuve dos amenazas de aborto, una de ellas grave, con internación y todo. El doctor me consolaba. "No llores", me decía. "Verás que este niño será la alegría de tu vida".
¡Cuánta razón tenía el doctor Schaiman!
Apenas nació, Chalinet era un chiste. Colorado como un pimentón y con los cabellos parados al estilo punk. Ahora acaba de cumplir ocho años y el muy tarugo esperaba que yo le comprara "un canguro negro de rockero".
Amigo leal hasta el tuétano, es incapaz de acusar a sus compinches, aún si no es responsable de las travesuras. El año pasado me llamaron de su colegio para decirme que había cometido una falta muy grave. Cuando me enteré de lo que había hecho, casi me muero de risa: entró al baño de mujeres con su amigo Sebastián.
No cuenta nunca los secretos, por lo que es mi principal confidente. Le encanta el buen vivir y el buen comer. Fanático del spaguetti, se monta en su sillita y desde allí me observa cocinar. "Pónle estito", me dice y me alcanza algún condimento.
Aprendió a leer en kinder, sin que nadie le pusiera empeño. Ahora ya sabe multiplicar y dividir. Siempre va un paso más adelante que todos nosotros. Le encanta el Internet y el Play Station, podría vivir jugando, si no lo dosificáramos por su bien.
A pesar de que su tío Hugo murió cuando apenas tenía dos años, él todavía lo recuerda. El otro día, me pidió una foto suya para ponerla en su billetera.
Akitoy, un perro medio maleante, con vocación de pandillero, fue su primer amigo y a pesar de que el monstruo ése le mordió en la cara y fue exiliado de la casa por eso, lo sigue tomando en cuenta para todo. Habla con hermosa ternura con su actual mascota, al que llamó Kikongu, su fiel compañero de fechorías.
Apenas abre los ojos intercambia con su hermana el cupo diario de agresiones. "No me mires, me está pateando, mirá mamá, me saca la lengua, pero tú primero me hiciste gestos", son las primeras frases que escuchamos en la mesa del desayuno. Generalmente, la que patea primero es su hermana. Sin embargo, al llegar la noche, los dos se van chochos a dormir, felices, como si nada. ¿Con qué se soñarán, no?
Yo los miro maravillada y sé que a pesar de que hubo un tiempo de atención que deberé a mi hija de por vida, ella me agradecerá algún día haberle entregado un hermano, pero no uno cualquiera, sino un Chalinet. Yo también le agradezco a la vida el regalo de su presencia, todos los días.

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