miércoles, 27 de febrero de 2008

El eco


Personalmente, no me gustan los regionalismos. Me considero una boliviana provincianamente cosmopolita.
Además de haber nacido en La Paz, he vivido una parte de mi infancia en Cochabamba y otra parte en un centro minero. También he vivido en Santa Cruz y a esa ciudad le debo mi familia. En todas partes, pues, me reconozco.
Debo admitir, sin embargo, que en estos tiempos de polarización, me he sentido más paceña que nunca. Y que he exagerado, incluso, algunas veces.
"Me fascina La Paz", me dijo el otro día el Escudero. "Generalmente no habla, pero cuando habla, tiene la última palabra", aseguró.
Yo no me había percatado de eso, pero siento que es cierto.
La Paz es como esa dama, siempre centrada, siempre discreta.
La madre amorosa, que se esfuerza por llevar el pan a sus hijos y les enseña el amor, en carne y hueso. Y también es esa mujer que piensa y siente tan profundamente que no habla por hablar, ni mucho menos.
Interviene cuando debe y es tan contundente, que después sobran las palabras.
Y ahora estoy sintiendo otra vez, las hormiguitas.
En esta ciudad se escucha, a lo lejos, el eco de octubre de 2003.
Las calles se han ido llenando de cientos de compañeros.
Vinieron de todas partes, como siempre, a levantarnos del adormecimiento.
Y estamos reaccionando, despacito.
Esta ciudad es testigo, otra vez, de nuestra fuerza.
Nos abre los brazos y, cómo no, los ojos.
El Illimani nos mira, impasible, como un padre confiado que sabe que sus hijos tomarán acertadas decisiones, cuando corresponda.
Empezamos a movernos, después del letargo.
Escucho a lo lejos el eco.
El eco de 2003 y nuestros muertos.
Se acerca.
Callemos.

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