Como era previsible, la oligarquía aprovechó las debilidades comunicacionales del gobierno para articularse y organizar una nueva –y quizá una de las más fuertes- arremetida contra el gobierno.
Mandando a los vándalos de siempre a Sucre, tomaron el teatro Gran Mariscal e impidieron que la Asamblea Constituyente continuara sesionando y lograron su objetivo: paralizar el único escenario que tenemos los bolivianos para intentar solucionar las cosas sin enfrentamiento.
La oligarquía nos mostró “su” visión de país, una visión, por su puesto, que ignora por completo a los indígenas. Una visión en la que el mercado es el motor del desarrollo. Una visión que sólo considera legítimas las autonomías departamentales. En fin, más neoliberalismo, más de lo mismo.
Así las cosas, habrá que plantearse el debate con seriedad y firmeza.
Si hemos llegado a ese extremo, el extremo de la polarización y de la confrontación, deberíamos estar concientes de ello. Como en octubre, cuando todos sabíamos que Goni debía irse. Como en febrero de 2003, cuando sabíamos que el Impuestazo no debía prosperar. Como en junio de 2005, cuando sabíamos que Hormando ni cagando.
Ahora, en septiembre de 2007, deberíamos saber que neoliberalismo, nunca más. Exclusión, nunca más. Privilegios para unos cuantos, nunca más. Latifundio, nunca más. Cívicos/cínicos, nunca más.
Pero si todavía creemos –y me adscribo a esta última percepción- que es necesario ultimar todos los esfuerzos por evitar enfrentamiento, deberíamos demandar que las dos visiones de país, la del MAS y la de la oligarquía vayan a referéndum.
Votemos las dos constituciones, a ver cuál gana. Eso es democracia, no? No lo es, en cambio, rasgarse las vestiduras con la impostura de la defensa de una demanda regional. Tampoco es democracia reclamar dos tercios, cuando no lo hicieron para aprobar la capitalización, y nos enseñaron cómo se aplica el rodillo parlamentario.
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