Hace unos cinco años, cuando la palabra blog era totalmente extraña a nuestro vocabulario, me encontré con uno. Quedé alucinada con la posibilidad de escribir un diario personal, publicarlo, dejar que quien quiera leerlo lo lea y quedar así vulnerable, transparente, frente al mundo. Y, por supuesto, en la actualidad no pasa un día sin que recorra, uno por uno, esos mundos de dios regados por la blogsfera.
Coincidentemente, desde hace cinco años, escribo en mis propios diarios, para dejar huella de mi coyuntural paso por la vida, de este segundo en la eternidad del Universo que es mi vida.
Lo hago para que mi hija comprenda –dentro de unos años, cuando estemos frente a frente en el cuadrilátero de la relación madre/hija- que soy mujer como ella, con mis propias visiones, mis construcciones, mis devastadoras destrucciones y mis angustias. Y mis sueños, mis reportajes, mis vivencias, mis emociones.
Quedó entonces planteado el desafío: ¿Me animaría yo a que alguien me descifre?
Hoy, después de tanto tiempo, estoy aquí. Y este espacio será testigo de todos mis alumbramientos: de lo que hago como periodista, de las descripciones de aquellos lugares a donde voy, de las aventuras que tengo al intentar cumplir la responsabilidad de criar a dos personas de bien, de lo que miran mis ojos y lo que siente mi corazón y de este pedazo de historia que mi país me dio el privilegio de compartir.
Dice un dicho muy popular: si el cielo te da limones, aprende a hacer limonada. Pues bueno, si yo disfruto tanto de escribir ¿qué estábamos esperando?
martes, 26 de junio de 2007
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