Hace dos semanas, los pueblos indígenas del oriente de Bolivia iniciaron una campaña nacional de comunicación en la que difundieron mensajes sobre la propuesta que presentaron a la Asamblea Constituyente.
La campaña consistió en la publicación y elaboración de varios materiales, entre ellos, tres gigantografías para publicidad en vía pública.
La imagen de esta entrada muestra una de esas gigantografías. Como es evidente, el mensaje no es agresivo, ni conculca derecho alguno. Es más, emite una frase inclusiva que apela a todos los bolivianos como sujetos de un Estado plural que admita de una vez por todas que más del 60 por ciento de su población tiene origen indígena y pertenece a una de las 36 nacionalidades o pueblos originarios identificados en este país.
El niño que se encuentra en la foto es tan cruceño y boliviano como cualquier otro, al igual que los indígenas aglutinados en las organizaciones de la Confederación de Pueblos Originarios del Oriente Boliviano (CIDOB) y de la Central de Pueblos Étnicos de Santa Cruz (CPESC), responsables de la campaña.
No pasaron diez días de instaladas las gigantografías en Santa Cruz, la urbe que se jacta de ser el motor económico de este país, que un grupo de unos cien jovenzuelos, conocidos y acostumbrados ya a la ley del garrote para acallar a quienes no piensan como ellos, se presentaron en los lugares donde se encontraban las gigantografías y golpearon, amenazaron de muerte y amedrentaron a los dueños de casa donde se encuentran las estructuras para las vallas, hasta que los obligaron a derribarlas.
Han pasado siete días desde estos hechos y desde que se hizo la denuncia pública, no sólo por agresión y amenazas, sino también por la imposibilidad de que los indígenas ejerzan uno de sus más elementales derechos: el de la libertad de expresión.
Sin embargo, nadie hizo nada. Ni el gobierno, ni los portavoces del modelo autonómico que hoy enarbola la democracia como una de sus principales banderas, al acusar al gobierno de totalitarista.
Pues bien: Éste es el modelo de país que nos ofrecen los grupos de poder del oriente boliviano: un país en el que se violan los derechos elementales de la gente, en el que se ignora el derecho a pensar diferente y en el que la impunidad es el premio a la intolerancia. Yo no quiero ese país, quiero una Bolivia diversa, llena de colores, de rasgos diferentes, de formas de pensar distintas que enriquecen el modo estrecho con que a veces percibimos el mundo.
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