"(...) Fermina Daza dejó de fumar por no soltar la mano que él mantenía en la suya.
Estaba perdida en la ansiedad de entender. No podía concebir un marido mejor que el
que había sido suyo, y sin embargo encontraba más tropiezos que complacencias en la
evocación de su vida, demasiadas incomprensiones recíprocas, pleitos inútiles, rencores
mal resueltos. Suspiró de pronto: "Es increíble cómo se puede ser tan feliz durante
tantos años, en medio de tantas peloteras, de tantas vainas, carajo, sin saber en realidad si eso es amor o no". Cuando terminó de desahogarse, alguien había apagado la luna. Fermina Daza había regresado de la ansiedad (...)".
Este párrafo, adaptado al lenguaje cinematográfico, fue el que más me hizo llorar en la película El amor en los tiempos del cólera, que está exhibiendo la Cinemateca.
Nada mejor que un viernes en la noche, una buena compañía, una sala de cine de lujo –de la que todos los paceños deberíamos sentirnos orgullosos-; una buena película y un excelente café irlandés, para terminar de absorber los sentimientos desbocados que la poesía libera de nuestro cuerpo en contadas ocasiones.
No soy, ni pretendo ser, una crítica de cine. Podrán decir que el libro era mejor, o que el director respeta demasiado a García Márquez, que es una de las críticas más sólidas que leí.
Lo que sí sé, es que El amor en los tiempos del cólera me conmovió desde el principio y que esas conmociones terminan cobrándome un alto precio al pasar de los días.
Cuando me sucede, empiezo a pensar en mí, en mi vida y en lo que me falta para acabar mi tarea. Y el proceso, casi siempre, termina adoptando decisiones, especialmente, cuando los días vienen acompañados de tardes lluviosas como éstas últimas.
La lluvia y esas películas ganan la batalla. Me purifican, me hacen transparente, despiertan a todos mis demonios y, al final, doy el giro al timón.
Lo dicho: nada mejor que una película conmovedora para mirarse por dentro.
miércoles, 5 de marzo de 2008
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1 comentario:
Dani, te cuento que tengo abonos para la Cinemateca, así que la próxima buena peli, repetimos la experiencia: buena compañía, buena película y un café irlandés, qué tal.
Abrazos muchos.
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