Foto de 24.com.bo
“Evo malo, ya no tengo lechita para mi mamila. Ven a Potosí a solucionar el paro”, rezaba un cartel sostenido por una niña de unos tres años. La nena parecía gritar la leyenda de la pancarta que agarraba con la mano en alto y, por ello mismo, la fotografía –publicada en el portal 24.com.bo- era absolutamente conmovedora.
Como conmovedor es también ver por televisión al Gobernador de Potosí, el masista Félix Gonzalez, suplicando al Presidente Evo Morales dialogar a la brevedad posible porque la gente está “peleando por comida en Potosí”. Y al vocero del Presidente, Iván Canelas, asegurando que el Gobierno “se está rogando” –textual- a los dirigentes potosinos para iniciar el acercamiento.
Todo pareciera anecdótico, pero no lo es. “Las demandas son totalmente atendibles”, “se ha invertido en Potosí”, dice el Gobierno, pero no convence, porque la pobreza potosina lacera el corazón de los bolivianos. La gente, incluso aquella afín al Gobierno, mira todo sin entender el por qué de tanta ceguera y tanta soberbia, una soberbia que durante los gobiernos neoliberales se expresaba en el argumento de que no se puede negociar bajo presión y que hoy, sin ningún desparpajo, repiten ciertos ministros del proceso de cambio.
Lo que definitivamente entra en el campo de la alerta y del riesgo es la presencia de extranjeros atrapados por el conflicto. El Gobierno no debería olvidar que fue exactamente así como empezó la debacle de Gonzalo Sánchez de Lozada y que en Potosí existe población minera, armada con dinamita, que en cualquier momento puede encender literalmente el conflicto y convertirlo en un camino sin retorno.
Y si bien es cierto que existe intransigencia en la dirigencia cívica de Potosí, también es evidente que esa radicalidad no encontraría eco si no estuviera tan arraigado en la gente el convencimiento de que abandonar las medidas de presión es condenar a una movilización a las dilaciones y la postergación. Está claro que Potosí no aceptará que sus demandas sean nuevamente condenadas a los proyectos y financiamientos que nunca se concretizan en obras y fuentes de trabajo.
Mientras tanto, el país se encuentra en vilo, conmovido por las imágenes y los testimonios de aquella gente que nunca más quisiéramos ver sufrir. Aterrado porque en cualquier momento, dada la improvisación evidente en el manejo de conflictos, esto pudiera empeorar con lamentables consecuencias para todos.
Y ojalá que los extranjeros puedan salir del lugar del conflicto y no sea necesaria una intervención armada, como en octubre de 2003. Y que los piquetes de huelga no sigan multiplicándose, como ocurrió en octubre de 2003. Y que el Presidente escuche las alertas de instituciones como el Defensor del Pueblo, cosa que no se hizo en octubre de 2003. En fin, ojalá que el pueblo no reaccione como reaccionó en octubre de 2003 y que este texto no sea más que agorero pesimismo.
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