El aeropuerto se vistió de rojo, amarillo y verde, los colores de la bandera que, el 7 de agosto, fue más boliviana que nunca en Santa Cruz.
Se suponía que afuera estarían las comparsas carnavaleras, esperando a ver si se producía algún agravio a Santa Cruz. Se suponía que la gente no iba a salir de su casa, que haría vigilia puertas adentro. Se suponía que nadie iría a ver la parada militar. Se suponía que esto era una provocación. Se suponía que el Prefecto cruceño iba a irse si se sentía incómodo. Se suponía que podía haber enfrentamientos. Se suponía que era una anécdota, un absurdo.
Ningún supuesto de los que regaron los cívicos y sus funcionarios se cumplió.
En lugar de eso, así recibió la gente a los Ponchos Rojos. Con gritos de "Bravo Ponchos Rojos", con aplausos y bienvenidas. Emocionada al retumbar de los pututus, aplaudiendo a cada delegación de pueblos indígenas. El Trompillo fue escenario de una nueva derrota contra la oligarquía.
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