Hoy, que cumplo años, he decidido publicar mi testamento, para disponer todo lo mío y que se sepa cuáles son mis deseos póstumos.
A mis dos hijos les dejo mi Chapare, para que cuando muera esparzan allí mis cenizas y recuerden que, desde la primera vez, pisé ese suelo y lo besé, agradecida por haberlo conocido y fascinada como siempre por su belleza.
A mis dos hijos les dejo mi Chapare, para que cuando muera esparzan allí mis cenizas y recuerden que, desde la primera vez, pisé ese suelo y lo besé, agradecida por haberlo conocido y fascinada como siempre por su belleza.
Quiero que recuerden que creí firmemente que la felicidad son pequeños momentos, que escuchen a Silvio al circular por sus carreteras, paren un momento, en un atardecer, para oír Pequeña serenata diurna y canten a toda voz:
Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad.También les dejo mi vocación, como una de mis más preciadas posesiones, para que sepan que su madre quiso, desde siempre, ser periodista. Que se mantuvo al margen de las veleidades de la televisión y la radio, para ir por el camino más difícil, que es el periodismo escrito. Quiero que recuerden que siempre concebí al periodismo como una labor de servicio y que detrás de cada entrevista siempre hubo la inquietud de encontrar a las personas, a los seres humanos.
Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, por este día, los muertos de mi felicidad.También les dejo mi vocación, como una de mis más preciadas posesiones, para que sepan que su madre quiso, desde siempre, ser periodista. Que se mantuvo al margen de las veleidades de la televisión y la radio, para ir por el camino más difícil, que es el periodismo escrito. Quiero que recuerden que siempre concebí al periodismo como una labor de servicio y que detrás de cada entrevista siempre hubo la inquietud de encontrar a las personas, a los seres humanos.
Que nunca denigré a nadie aprovechando la pluma y que siempre busqué decir la verdad, mi verdad.
Que hubo en mí un verdadero compromiso con los indígenas y los campesinos de Bolivia y dediqué mi vida, mis horas de sueño y mi cuerpo a mostrar su testimonio, para que haya memoria.
Que levanté mi voz ante la injusticia y estuve dispuesta a hacer lo que fuera necesario por defender mis ideas.
Quiero que tengan el convencimiento de que nadie podrá decir que me corrompí. Y que sepan que detrás de cada huelga de hambre, de cada marcha y cada bloqueo, hubo un cuerpo débil, sostenido sólo por la convicción.
A Natalia le dejo todas mis fotografías, ésas, las de las plazas de todos los lugares que visité, para que sepa que por los caminos empolvados que recorrieron mis dos pies hubo dos ojos conmovidos mirando al país, porque sólo eso mantuvo en mí el orgullo de ser boliviana y de amar a Bolivia, con sus luces y sus sombras, son su enajenación y su recuperación, con su vida y sus múltiples agonías.
A Natalia le dejo todas mis fotografías, ésas, las de las plazas de todos los lugares que visité, para que sepa que por los caminos empolvados que recorrieron mis dos pies hubo dos ojos conmovidos mirando al país, porque sólo eso mantuvo en mí el orgullo de ser boliviana y de amar a Bolivia, con sus luces y sus sombras, son su enajenación y su recuperación, con su vida y sus múltiples agonías.
Le dejo todas las imágenes que se quedaron imborrables en mis retinas y también todas las fotos antiguas que enmarcaremos pronto.
Deberá heredar también todos mis diarios, los físicos y los electrónicos, porque fueron escritos para ella.
A Chalo le dejo las entrevistas memorables. La de la pequeña prestataria, que me dijo “yo no vine a matar, vine a morir”, cuando tomó, forrada de dinamita, la Superintendencia de Bancos, cansada de la usura financiera.
La de Tuto en su discurso vergonzante copiado de uno de Kennedy, con frases robadas y su honestidad puesta a prueba. Y las dos últimas, en las radios mineras, en las que rememoré la Marcha por la vida y la desolación de los campamentos mineros.
Le dejo también el reportaje de Huanuni, cuando la muerte enfrentó a dos hermanos de clase. Y febrero y octubre de 2003, con toda la crónica de muerte y la demanda de la madre de la enfermera Ana Colque, asesinada brutalmente durante los enfrentamientos.
Le dejo mis libros y mis videos, especialmente el de la V Marcha Indígena del año pasado.
A Miguel le dejo toda mi lucha y todas las lágrimas que derramé cuando viví en carne propia la traición. Es una retribución por haber estado ahí, firme, sosteniéndome cuando yo desfallecía. Le dejo mis sueños, ésos que compartimos diariamente. Y todas mis meditaciones, cada vez menos frecuentes. Y el anillo solitario, con la piedrita que refleja todos los rayos del sol.
A mi madre, le dejo mi profundo agradecimiento, por haber conseguido ser una excelente madre para una pésima hija. Y también una canción, Fogata de amor, en reconocimiento por su esfuerzo de convertirse en la pieza clave de este rompecabezas.
A mis compañeros indígenas, campesinos, cocaleros, mineros y trabajadores, les dejo mi gran admiración y dos semillas que sé que germinarán para continuar en la lucha.
A mis amigos les dejo toda mi música, para que me encuentren cuando quieran, donde quieran, en uno de esos cd’s. Y mis capuchinos, con horas de charlas y tertulias.
A Silvia, Jessica, Claudia M., Sandra, Aleida, Nino, Elba, Miguelito, Iván, Fernando –el de los monos-, Dalizta, a todos ellos, los vinos que nos tomamos y nos tomaremos, siempre tintos, siempre limpios, siempre gratos.
A Puky, Claudia M. –de Cochabamba- Kitty, César, al Sr. Andrés y la Sra. Martha, Sussy T –oh, Sussy T.-, nuestros momentos en el templo, el único lugar en el que somos nosotros mismos, sin caretas.
A Ronny y Marina y a Grover y Ana Rosa, mi amistad espiritual, ésa que trasciende todo porque es el testimonio de un pacto profundo y sincero.
A mi hermano y a Víctor Hugo, la memoria de mi padre; nuestro ejemplo, nuestro guía, el artífice de nuestro encuentro.
A Hugo y Sergio, el amor fraternal, aunque roto.
Finalmente, a todos mis maestros, a Carlos Quiroga, a Hugo Moldis, a Pedro Glasinovic, a Ramiro Ramírez, a Alfonso Velarde, a Ronald Carrasco, a Carlos Soria Galvarro, a todos ellos, mi reconocimiento, por haberme enseñado que en el mundo hay seres generosos, como ellos mismos.
Todo lo demás puede ser dispuesto como quieran. Entréguenlo a quien lo necesite, úsenlo si lo quieren. Cuando llegue el momento yo sólo me llevaré tres cosas: el anillo de la macuquina, un portarretratos con la foto de mis hijos y una versión de La chica de Ipanema. No necesito nada más para estar bien.
A Miguel le dejo toda mi lucha y todas las lágrimas que derramé cuando viví en carne propia la traición. Es una retribución por haber estado ahí, firme, sosteniéndome cuando yo desfallecía. Le dejo mis sueños, ésos que compartimos diariamente. Y todas mis meditaciones, cada vez menos frecuentes. Y el anillo solitario, con la piedrita que refleja todos los rayos del sol.
A mi madre, le dejo mi profundo agradecimiento, por haber conseguido ser una excelente madre para una pésima hija. Y también una canción, Fogata de amor, en reconocimiento por su esfuerzo de convertirse en la pieza clave de este rompecabezas.
A mis compañeros indígenas, campesinos, cocaleros, mineros y trabajadores, les dejo mi gran admiración y dos semillas que sé que germinarán para continuar en la lucha.
A mis amigos les dejo toda mi música, para que me encuentren cuando quieran, donde quieran, en uno de esos cd’s. Y mis capuchinos, con horas de charlas y tertulias.
A Silvia, Jessica, Claudia M., Sandra, Aleida, Nino, Elba, Miguelito, Iván, Fernando –el de los monos-, Dalizta, a todos ellos, los vinos que nos tomamos y nos tomaremos, siempre tintos, siempre limpios, siempre gratos.
A Puky, Claudia M. –de Cochabamba- Kitty, César, al Sr. Andrés y la Sra. Martha, Sussy T –oh, Sussy T.-, nuestros momentos en el templo, el único lugar en el que somos nosotros mismos, sin caretas.
A Ronny y Marina y a Grover y Ana Rosa, mi amistad espiritual, ésa que trasciende todo porque es el testimonio de un pacto profundo y sincero.
A mi hermano y a Víctor Hugo, la memoria de mi padre; nuestro ejemplo, nuestro guía, el artífice de nuestro encuentro.
A Hugo y Sergio, el amor fraternal, aunque roto.
Finalmente, a todos mis maestros, a Carlos Quiroga, a Hugo Moldis, a Pedro Glasinovic, a Ramiro Ramírez, a Alfonso Velarde, a Ronald Carrasco, a Carlos Soria Galvarro, a todos ellos, mi reconocimiento, por haberme enseñado que en el mundo hay seres generosos, como ellos mismos.
Todo lo demás puede ser dispuesto como quieran. Entréguenlo a quien lo necesite, úsenlo si lo quieren. Cuando llegue el momento yo sólo me llevaré tres cosas: el anillo de la macuquina, un portarretratos con la foto de mis hijos y una versión de La chica de Ipanema. No necesito nada más para estar bien.
Felices treinta y nueve. Salud.
1 comentario:
Tengo el llanto atorado en mi garganta, pero hoy el cielo llora por mí.
Que lindo testamento, después de esto me doy cuenta de que lo material... es material, y lo ideal, los recuerdos, ideales y amores, son los que quedan, los que valen.
Todavía tenés tiempo de dejar más pertenencias, para los tuyos y para todos.
Publicar un comentario