El 1 de septiembre sonó mi celular y al otro lado de la línea estaba mi mamá. Un pastor alemán atacó a Kiko, me dijo. Me dolió. Llamamos al Caballero y a los diez minutos estaban el Caballero, María y Kiko en mi oficina para recoger la dirección del veterinario. Cuando salí, Kiko se desesperó y me mostró lo que le habían hecho. Han leído bien. Mi perro, mi mascota, mi tercer hijo, me mostró dónde le había mordido el perro que lo atacó. Lo llevaron al veterinario. María, que era quien lo había sacado a pasear, no se cansó de llorar de pena. Tuvieron que operarlo y ahora tiene dos heridas, una de cinco puntos y la otra de tres.
Al retorno a la casa, lo acostamos en su cama y ahí se quedó, sin moverse para nada. Sólo lloraba cuando lo dejábamos solo y por eso tuvo que dormir en el cuarto de mi mamá.
Actualmente se ha recuperado. El próximo martes le quitan los puntos. Está más mimado que nunca y ha vuelto a ser el niño alegre que siempre fue.
viernes, 11 de septiembre de 2009
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