
El domingo, Nata y Chalo van con la familia a almorzar. Los dos con sus juguetitos de la lápida sorpresa. Chalo lo mete al florero. Lo sacamos. Lo mete después al panero. Lo sacamos. “Lo vas a perder”, le advertimos. La última vez que lo vimos, el juguete estaba en el borde de su plato. El mesero levanta todo en la mesa, incluido el plato y, por supuesto, el juguete. Chalo llora. Entra a la cocina, cientos de platos. El juguete se ha perdido. Chalo sigue llorando. No hay nada que hacer. “Ustedes deben estar agarrando mi juguete”, nos acusa. “No”, le respondemos. Vuelve a llorar. El juguete no existe más. Chalo llora desconsolado. El corazón de su mamá se abate en la duda: ¿Le enseñamos la lección o solucionamos todo comprándole otra lápida sorpresa? ¿Qué harían ustedes?
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