miércoles, 30 de abril de 2008

Las fotitos

Fui a comprar mapas a la plaza principal. De ahí tomé un taxi y le dije al maestro: "hacia el Cristo, hasta donde se pueda". Pensé que iba a tener que caminar mucho, pero llegué al Palacio de Justicia y listo, ahí estaba la guardia municipal. 
Bajé del taxi, caminé varias cuadras con absoluta tranquilidad. Nada de aglomeraciones, nada de empellones, nada de nada. 
A la altura del Alexander, comencé a ver grupos de jóvenes. Caminé y caminé, como Pedro por su casa. Estaba en El Cristo, justo frente a Rubén Costas. 
Escuché su discurso contrahecho. Una sumatoria de frases poéticas plagiadas de todos los himnos y todas las canciones cruceñas, matizadas, de rato en rato, por el desentonado grito de "Autonomía", con el que él mismo se daba aliento para no terminar dormido. 
Antes había hablado Branko. El pícaro estuvo de telonero. 
Costas terminó de hablar. El maestro de ceremonias convocó al grupo Azul Azul, pero antes agradeció a las "trescientas mil personas" que estaban presentes. 
La cifra había bajado dramáticamente. De un millón que pensaban congregar, rebajaron a 650 mil. Después a 300 mil. Yo no vi más de 50 mil. Y eso que miraba y miraaaaaba. Al final de la noche, El Deber hablaba de "una multitud".
Sonreí. Las fotos dicen otra cosa, ¿por qué será, no?
La de la anterior entrada era de El Deber, la de ésta de Hoy Bolivia. com. 
Jailones, sólo jailones. De cada diez, uno o dos migrantes, nada más. Y cientos de vendedores, con la mercadería en stock. 
Emprendí mi retirada, por el segundo anillo. Hacia el otro lado, lo mismo. Me compré una Coca Cola. La vendedora me quiso cobrar cinco. "No. Cuesta cuatro", le dije contundente, mientras extendía la mano para recibir mi cambio de cinco bolivianos. "Tanto trabajo, señora, traer las cosas hasta aquí cuesta pues y no hemos vendido mucho. Lo que he ganado, lo voy a tener que pagar al taxi", me dijo. "Entonces, vendeme el cambio en cigarrillos", le dije. "Ya, cada uno cuesta a cincuenta centavos", me dijo. Estaba claro que yo iba a ser su magra ganancia. 
Con el cigarro prendido, seguí caminando. 
"Mierda", pensé, "voy a tener que reformular la apuesta".

1 comentario:

Jacoblue dijo...

Que excelente relato.
Que pena de una demanda tan legítima como la autonomía, se vea enlodada por todos lo que lo circunda ahora. Es así cuando no es el pueblo el protagonista.

Saludos.