Cuando era niña y adolescente, todos mis recuerdos y mi vida apelaban a La Paz, a la mina y Cochabamba.
Siempre me había gustado viajar, pero no había tenido la oportunidad hasta que comencé a trabajar como periodista.
En uno de los viajes sentí que mi cabeza se abría, literalmente, a una nueva realidad. Íbamos en un bus, desde el aeropuerto de Cochabamba hacia Villa Tunari, en una de las múltiples delegaciones de periodistas que Sánchez Berzaín llevaba al trópico cochabambino.
El viaje se hizo de noche, así que era muy poco lo que podía ver en el camino. Pero intuía... intuía el vapor, el calor, el verdor del paisaje. Por momentos, tanta vegetación me soprendía.
En uno de los viajes sentí que mi cabeza se abría, literalmente, a una nueva realidad. Íbamos en un bus, desde el aeropuerto de Cochabamba hacia Villa Tunari, en una de las múltiples delegaciones de periodistas que Sánchez Berzaín llevaba al trópico cochabambino.
El viaje se hizo de noche, así que era muy poco lo que podía ver en el camino. Pero intuía... intuía el vapor, el calor, el verdor del paisaje. Por momentos, tanta vegetación me soprendía.
Jamás había visto algo así. Cuando me pidieron que lo describiera, recuerdo que dije que la selva del Chapare era como la cabellera enmarañada de una mujer que acababa de hacer el amor. Nunca entendí por qué ese lugar me provocaba esas eróticas evocaciones.
Y así el Chapare se quedó grabado en mi memoria como un lugar imprescindible. Llegué a amarlo como a ningún otro. Incluso hoy, saber que estaré allí me inspira una gran angustia, la del enamorado primerizo que sabe que pronto encontrará a su amor. Allí conoci a Evo, cuando él era todavía dirigente. Allí me convencí de que Bolivia es más que el occidente. Esta región, que durante muchos años fue el foco de conflicto del país, había despertado en mí admiración y apego.
Y así el Chapare se quedó grabado en mi memoria como un lugar imprescindible. Llegué a amarlo como a ningún otro. Incluso hoy, saber que estaré allí me inspira una gran angustia, la del enamorado primerizo que sabe que pronto encontrará a su amor. Allí conoci a Evo, cuando él era todavía dirigente. Allí me convencí de que Bolivia es más que el occidente. Esta región, que durante muchos años fue el foco de conflicto del país, había despertado en mí admiración y apego.
Por razones de trabajo, durante unos dos años estuve allí periódicamente. Y desde entonces tengo el convencimiento de que la felicidad es ir rodando a toda velocidad en la carretera de Villa Tunari a Santa Cruz, al amanecer, cantando a voz en cuello Vivo en un país libre que solamente puede ser libre, en esta hora y en este instante, y soy feliz porque soy gigante...
En Sangre de Mestizos, Augusto Céspedes cuenta que uno de los soldados se sentía orientado hacia adentro, hacia el Chaco, en cuyos espinos dejara las hilachas de su alma andina. Al entrarle por los ojos los caminos surcados por las huellas de camiones, las arboledas mustias y grises, los horizontes desolados, las figuras de combatientes, no hallaban en su interior incolmable otro fondo que no fuese el mismo Chaco.
Yo siento que el Chapare se imprimió en mi vida, como el único fondo posible de mi alma.
En Sangre de Mestizos, Augusto Céspedes cuenta que uno de los soldados se sentía orientado hacia adentro, hacia el Chaco, en cuyos espinos dejara las hilachas de su alma andina. Al entrarle por los ojos los caminos surcados por las huellas de camiones, las arboledas mustias y grises, los horizontes desolados, las figuras de combatientes, no hallaban en su interior incolmable otro fondo que no fuese el mismo Chaco.
Yo siento que el Chapare se imprimió en mi vida, como el único fondo posible de mi alma.
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