lunes, 2 de febrero de 2009

Los mancos mentales


Durante los dos últimos meses, debía marcar tarjeta en la Plaza Murillo, pero mi oficina se ubicaba a 22 cuadras de ese lugar.
Teníamos media hora para llegar desde la Plaza hasta Sopocachi, cada día, en la mañana y en la tarde. Diariamente, perdíamos dos horas de trabajo, pero a la burocracia eso no le interesaba, porque la prioridad era que ellos tuvieran nuestro ingreso y salida registrados en su sistema. Internet es una utopía; un reloj marcador cuesta un dineral que el Estado no puede pagar (unos 400 bolivianos, que debe ser mucho menos que lo que perdían por las dos horas diarias de trabajo que nosotros pasábamos caminando) y un simple cuaderno les complicaba el trabajo, cosa que, obviamente, no estaban dispuestos a aceptar.
Y así adelgacé tres kilos, caminando de arriba para abajo. Me conozco todas las formas posibles de llegar desde la Plaza Murillo a Sopocachi, porque lo hacía a las ocho de la mañana, a las doce y media, a las dos y media de la tarde y a las seis y media. Sé cuántos pasos me tomaba, cuántos metros recorría y cuánto tiempo tardaba si tomaba agua o si no. Hice los trayectos menos imaginables y me divertí un montón, a pesar de todo. Pero en las noches, cuando ya estaba cansada de las tres caminatas previas y aburrida de perder el tiempo, rezaba para que el micro, taxi o lo que lograra tomar para volver a mi casa (que también está en Sopocachi, para variar) tuviera un foco, así podía leer y sentir que el tiempo transcurrido no se había ido por las bocas de tormenta a engrosar los aires fétidos del río Choqueyapu.
Y, claro, no podía ignorar la sensación de impotencia cada vez que volvía a pasar por el mismo lugar que había dejado una hora atrás sólo por ir a marcar la tarjeta, por simple capricho de lo que el Che denominaba "los mancos mentales", los burócratas, los que están siempre bien, los bien pagados, los que trabajan exactamente los minutos que tienen que trabajar, ni más ni menos, los que responden "no se puede", aunque se pueda.
Recordé que Cuba y Venezuela luchan contra ellos todavía hoy. Que en la ex Unión Soviética ganaron la batalla y que aquí son el enemigo más peligroso del Gobierno, porque la burocracia se mimetiza entre la gente. Porque bajo el rótulo de "técnicos apegados a la ley" ellos acaban tergiversando todo sin ningún control mientras todos los miramos estupefactos y no tenemos otra opción que someternos a sus tiránicos dictámenes.
El viernes terminaron mis odas a la burocracia y hoy, al fin, me siento libre de sus garras, por lo menos, de las garras de la burocracia más mediocre, ésa que prefiere que el personal pierda diariamente dos horas de trabajo a habilitar un cuaderno que les complique el trabajo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Con la Alasita alarila y los trabajos de la Perez, toda La Paz ha aprendido a caminar de nuevo.. a mi encanta, porque puedo ver muchas cosas que comunmente y por las prisas de los micros y buses tomados a las prisas no se pueden ver.. ese otro mundo, que a veces nos olvidamos que convive con el nuestro.

Daniela Otero dijo...

Carlitos: Es cierto. Yo también disfruté las caminatas porque, como bien dices, a veces uno olvida que fuera del transporte hay todo un mundo que palpita siempre con nuevos aromas, nuevos sabores y nuevos colores. Eso fue lo positivo de la experiencia.