Anoche soñé con pantanos malolientes en los que me deslizaba cubierta hasta medio pecho, entonces supe que tendría un mal día, pero malo en serio. Hasta las doce todo estuvo tranquilo, pero tenía que llegar la hora del almuerzo. Ya decía yo que todo estaba como que muy...bien. Y tuvo que arruinarse. ¿Qué esperaba? Estaba agazapada ahí, la úlcera, sabiendo que cualquier rato iba a poder hundir sus garras en mi estómago y ahora la tengo aferrada a mis vísceras, apretando un poquito más cada segundo. Ya conozco sus ataques a mansalva. Con ella estoy curada de espanto, sintiendo cómo me toca el hombro, igual que la muerte, para que recordarme que nunca se ha ido y que su oportunismo es un pozo sin fondo.
Intenté no pensar más, para obligarla a ser paciente. Entregué los dos últimos productos en el límite de tiempo o quizá con retraso, no me importa. Sólo quedan dos días en esta oficina y esta espera, absurda, inútil, se ha convertido en el antídoto.
Cubro todo lo demás con un oscuro mantel, para no verlo. Incluso tus solapadas ganas de tapar todo con otro mantel para que yo lo olvide. Me he convertido en una casa abandonada con fantasmagóricos y siniestros muebles supuestamente protegidos del polvo y las polillas pero que en realidad ocultan el pasado. En un escritorio vacío. En una computadora hueca, evacuada de mí. En un archivador transparente en el que están todos mis recortes, los de mis artículos y los de mí misma, pedaceada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario