jueves, 25 de septiembre de 2008


Ayer sentí que terminé todas las hojas del cuaderno que comencé a escribir este año y me pasó como a un escolar o un universitario, que no se percató del hecho y entonces anota la clase en los márgenes y en el forro del cuaderno, para después no entender nada.
Y además, creo que no tengo la energía para comprar otro cuaderno. Creo que prefiero dar por terminada mi gestión aquí, a fines de septiembre.
Por eso le dije a la jefa que no, que no seguiré su ritmo, que no me quedaré hasta las diez de la noche, que no trabajaré los fines de semana. Que entiendo perfectamenteque ella necesita todo el apoyo. Que sé que es necesario trabajar 14 horas y toda la cantaleta, pero que debe haber otra persona que lo pueda hacer, quizá mejor que yo.
Porque yo tengo mi cabeza en mi casa, con mis hijos. Tengo mis ojos en mí misma y me doy pena. Inestable, equilibrista, jalando la cuerda hasta que se rompa y ojalá se rompa de una vez.
Hoy sólo quiero un postre y después, después el Chapare, con un chicharrón de surubí con escabeche, temprano en la mañana. Piscina y libro y al atardecer, sentarme en mi colina y dejar que mi piel se dore con ese azul anaranjado. Entrar en el laberinto y encontrarme, como antes, como siempre.
Saber que estoy aquí, que sigo siendo yo, para volver a La Paz y entrar en mi casa, ahora más mía que nunca, y re pintar las paredes, cambiar los muebles, borrar la última década de mi vida para así, recién, comprar un cuaderno nuevo.