lunes, 29 de diciembre de 2008

Mario


Mario tenía pinta de actor de cine. Moreno, alto y enjuto, de rasgos lindos y fuertes, llegó a nuestra vida enlazado de varios de nuestros amigos. Era esposo de Alicia, una buena amiga de mi madre. Era hermano de Lidia y cuñado del otro Mario, los dos amigos con los que celebramos todas las fiestas y feriados registrados en el calendario y también era padre de Carlos y Patty, otra pareja con la que siempre estamos en contacto.
Murió en la madrugada del 24 de diciembre. El 25, con la cabeza todavía inundada de los vinos de la Noche Buena, fuimos a su entierro, a las cuatro de la tarde en punto. Luego de la ceremonia, nos escapamos un ratito a visitar a mi padre y, de paso, a dejarle una rosa roja a un compinche periodista que tiene su última morada ahí, a la vuelta.
Cuando nos disponíamos a irnos, nos dio encuentro el nieto de Mario, para decirnos que nos estaban esperando.
En medio de la lluvia cruzamos la calle del Cementerio y entramos a un extraño bar, que en su ingreso tenía un cartel que decía: Se recibe a familias dolientes. Cuando ingresamos al local, encontramos a la mitad de la gente que había asistido al sepelio y comenzó a correr la cerveza, en memoria de nuestro amigo.
Después de varias horas, desperté con mi mente recordando.
Ya me voy, ya me estoy yendo
mi paso se hace lento...
mi corazón en las manos sangra por tu amor
Cervecita y mixtura...

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